8ª entrega de mi viaje París/Normandía

Justo enfrente de la Bourse: clientes brokers asegurados.

LE GALLOPIN sería una brasserie fantástica si hubiera más mimo en la cocina, mejor servicio y una carta mejor definida, aunque su eclectismo italianizante, o toque viajero que quiere ponerse al día, no me disgusta. Los postres, en cambio, respetan totalmente la línea vintage, y esto me encanta. (Ver la carta más abajo).

Efectivamente, el sitio es precioso, con unos interiores de mucha solera (desde 1876) y la terraza, con vistas al imponente Palacio Brongniart, sede de la Bolsa de París, tiene su qué. De hecho, el desfile de la clientela y la mesa grande con gente de la farándula teatral (era lunes, día de descanso, y reconocí alguna cara) fue lo más divertido de la cena.
Por la comida, lamenté no haber repetido en Le Servan. Por el espectáculo de la “fauna parisina”, dueño del restaurante incluido, la noche fue pintoresca. Noche calurosa que incitaba a hacer “piscinas” con las copas de vino caliente que se servían. Unas señoras de la mesa de al lado (es decir a 10cm de la nuestra…) ya rompieron el hielo pidiendo cubitos de idem , sin complejo. Me pareció una idea fantástica y me apunté, no sin acordarme que, hace décadas, comí al lado de un chef tres estrellas que hizo lo propio con su copa de Champagne, sin que ningún calor extremo ambiental lo justificara.
La noche fue caótica, igual no era el día. Todo digno de un film de Jacques Tati, con el dueño y su gorra “à la gavroche” (muy propia del nombre del restaurante que vendría a significar : granujillo), obligado a trabajar, ya que había varios camareros de baja, por lo que me chivataron mis vecinas, asiduas clientes. Siempre es encomiable cuando se ve al dueño de un restaurante, habituado a pavonearse, llevando platos a las mesas. Agobiado, en pleno coup de feu decidió apartarse unos metros y fumarse un cigarrillo.

Largas esperas para el primer plato, cuando solo se trataba de cortar una terrina de foie, y, ya un clásico, sin sitio para colocar los platos, las copas, la cesta de panes , la pequeña cubitera etc… En estos casos, y en otros también, convendría servir 1 pan y no de tres tipos. 1 pan y que esté bueno. “C’est tout!” (¡y qué no sean panecillos, por favor!)

Ensaladero de tomates “à l’Ancienne” a 22€. Colores bonitos, pero de aliño insípido.
La palabra ” à la Antigua” (“comme antiguamente”) envía un mensaje de una supuesta bondad de un imaginario aliño remoto que, evidentemente, no se aprecia por ninguna parte en el plato.
Otro comentario sobre los inevitables “Huevos Bio Mahonesa”. Hasta la tasca de la esquina no transige con los huevos de gallina que tienen que ser del número 00. En cambio, ninguna garantía de que el pollo de los nems fuera Bio o “fermier” (es decir campestre).

La terrina de foie-gras estaba correcta, aunque los lóbulos tenían tendencia a despegarse. Signo, tal vez, de su descongelación precipitada.

¡Qué difícil es encontrar nems de pasta de arroz bien hechos!…incluso en París donde este tipo de platos está totalmente integrado desde los años 50/60, fechas de la repatriación de los franceses de Indochina.

El gratinado de raviolis de Comté a la salvia , no hubiera estado mal si no se hubiera convertido en un “socarrat” de pasta por su prolongada estancia en el horno. Se ve que la salamandra también estaba estropeada. Aun así el plato se sirvió, a ver si colaba. No coló y el dueño no los cobró. Encima nos regaló una bandeja de patatas fritas de aquellas inacabables que se sirven en todos los bistrós de la capital (tipo las de L’Ami Louis o L’Entrecôte, por dar solo unos ejemplos).

La mousse de chocolate, muy corriente, se servía en un bol enorme. Ración suficiente para dos, tres, cuatro personas…acompañada de las preceptivas “lenguas de gato”.
Le Servan o Le Clown pertenecen a la nueva bistronomía, moderna, actual, honesta y deliciosa. En cambio, a estos sitios con encanto, tan representativos del París de nuestro imaginario gastronómico, a veces les cuesta cumplir del todo con nuestras expectativas. Son cocinas impersonales y rutinarias. Las excepciones a esta regla serían los templos recuperados por Alain Ducasse o Jean-François Piège (Benoît, Allard, La Poule au Pot, Le Lyonnais, L’Epi d’Or..). Hace tiempo que no los visito, pero los recuerdo como bistrós con solera y calidad gastronómica (menos una vez que Allard falló estrepitosamente). El nombre del asesor/propietario puede servir de cierta garantía.


