Tres años después vuelvo al Retiro de Pancar, situado en un pequeño pueblo cerca de Llanes donde el joven Ricardo Sotres , un reducido equipo de cocina y su mujer en la sala atiende a la clientela, en su mayoría de paso. Ahora más que nunca después de haber conseguido hace un par de años la estrella, el Retiro es parada obligada. Pero antes de que llegará la inesperada recompensa de Michelín, la familia tenía previsto reformar la antigua taberna con su barra en la entrada, donde la gente del pueblo venía a tomarse una sidra y una croqueta. Con poca inversión, un poco de gusto y bastante trabajo de todos, la reforma de la sala ha sido todo un logro. Se conserva la curiosa pared de piedra, marca obligada de la casa, y se extiende la presencia de la madera clara, lo que aporta mucha luminosidad y calidez al espacio.
Como pequeña anécdota, esa noche lluviosa de jueves el restaurante debía estar cerrado (a la espera del horario de verano), pero Ricardo decidió abrir, un poco por mi culpa. Al final se fueron apuntando un par de mesas más , una de ellas de franceses viajeros y gourmets que me iba a encontrar el día siguiente comiendo en Casa Marcial. Seguían la ruta hasta Oviedo y se iban a presentar el viernes en Naguar…
Si hace tres años comí bien en el Retiro, exceptuando algún problemilla con el salmonete (Ver post) esta vez comí aun mejor. Ricardo es un valor seguro en la zona y su cocina tiene buenas bases. Recordaremos su paso por Ca Sento, Las Rejas de Manolo de la Osa (hoy desgraciadamente cerradas…), y Casa Marcial
Sólo me quedó la pequeña frustración de no poder degustar el arroz de pitu de caleya, que parecía provocar el regocijo de los “gabachos”. Sólo entra en el Menú Tradición (45€)
Menú Degustación 80€
Fruslerías y otros snacks aperitivos: mantequillas de curry, albahaca y pimiento.
Cono de manzana y queso
Torto de bocarte marinado y alioli. Excelente croqueta cremosa de jamón.
Ostra Gillardeau, con manzana, apio, limón , pepino. Aportaciones gustativas siempre agradecidas para una ostra…Tal vez le faltaba la dimensión picante, pero puede que tengamos ya el paladar “deformado” por las ostras de sabores “exóticos” que vamos degustando últimamente…
Guisantes asturianos (muy “crudités”), algas, berberechos, brotes marinos, con la sola presencia grasa de unos dados de aguacate. Prefiero los guisantes más cocinados. Es como se expresan mejor, pero en estas proporciones no tiene muchas consecuencias.
Otro plato de verduras al natural, (muy) ligeramente aliñadas y muy “raw”. Creo que vivimos una idealización de lo crudo, como si fuese un valor per se. ¿La “cocina del aliño” no estará ganando demasiado terreno a la “cocina de la cocción”?
Calamar, “fabes”, cebolletas a la parrilla (un poco más caramelizadas por la plancha no les hubiera ido mal para quitarles su fuerza), crestas de pitu. Excelente plato.
Magnífico carabinero sobre un riquísimo guiso de oreja asturcelta.
Y ahora tal vez el mejor plato del menú, al nivel de armonía gustativa y equilibrio : foie-gras asado (no poêlé), anguila ahumada, ajo negro de Las Pedroñeras, perlas de vinagre y guiso de lentejas. Realmente delicioso. Y en todos los platos encontramos ese toque de hierbas aromáticas perfectamente integradas al plato. NO decorativas.
Salmonete con jugo de sus espinas y ajetes de Las Pedroñeras. Sencillo. Lo dijimos en el post anterior. A veces un buen pescado no necesita nada más que ese toque que lo realce.
Termina la parte salada con jarrete glaseado con verduras y garbanzos, también al dente. Un plato simplemente correcto que no consiguió hacerme olvidar el arroz de pitu de caleya que miraba de reojo en la mesa de al lado y cuyos elogios llegaban hasta mis oídos.
Correctos también fueron los postres con combinaciones de sabores muy evidentes.
Manzana asada , yogur y manzana ácida
Esponja de chocolate, avellana y café
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