Roger Tomás (encargado de los vinos y de la sala),Juan Bambini, Milagros, Mauricio Pineda y Miquel Pardo
Ha sido mi cuarta visita a CRUIX. Decía en mi tuit de hace unos días que es el BibGourmand perfecto. Ya no hay menú degustación a precios irrisorios, pero los precios de la carta siguen siendo muy amables y la calidad de la cocina destacable.
La cocina de Miquel Pardo es difícil de definir. Este cocinero castellonense quedó sin duda marcado por su paso por el Canalla Bistró de Ricard Camarena y realiza, a su manera, y cada vez con más precisión, una cocina con tintes viajeros, aunque el viaje sea solo a Donosti, como lo demuestra su espléndida ostra Gilda. Por lo general, recurre para sus platos a sabores de Méjico, Tailandia o China, plasmados en tacos de guisos de raya, postres thai o croqueta Pequín. Solo en los arroces deja que se exprese su origen valenciano, sirviéndolos con maestría y un sentido del gusto notable. Aquí el punto justo de cocción no está en duda y se va a lo seguro con el tipo de cereal: el bomba.
Aun no se entiende cómo puede salir de su diminuta cocina tantos platos y tanta perfección en las paellas. También interviene en esta proeza la mano de su segundo de cocina y brillante ejecutor, el argentino Juan Bambini (a la izquierda en la foto). Me gusta cuando la capa no está exageradamente fina y que tenga tropezones contados y bien definidos. Me gusta apreciar el arroz y es el caso.
Miquel acaba de instalar una pequeña terraza para 4 personas, con espacio para posible ampliación. También está poniendo en marchar un take away que desembocará próximamente en un delivery .
Probamos muchos platos de medias y tercios de ración, a cuál más rico.
Un ticket de unos 40€ es y será cada vez más una solución a la situación difícil que ya estamos viviendo. Hay un público dispuesto a visitar restaurantes a esta condición. Y hay mucho mérito en elaborar una cocina rica con productos humildes como cogollos, boquerones, raya o mejillones. Solo la ostra se sale un poco de esta línea de productos, pero sale a 4€ la pieza y es un bocado que vale realmente la pena. De las mejores ostras que he comido en restaurantes últimamente.
Entremos ya en los platos:
“Nigiri” de fuet
Rico, pero no gustará a los puristas…(por el nombre).
La Ostra Gilda
Ya comentada. Como una mahonesa de piparra y aceitunas, tal vez de anchoa también…Y un toque de salicornia.
Anchoas d’Angelet curada en casa, con holandesa y con romesco
Ensalada César de cogollos a la brasa, mahonesa de aceitunas manzanillas y Kalamata, picatostes
Le garantizo que no la comerían mejor que en el Canalla Bistró o en el Habitual de Ricard Camarena. Una delicia de ensalada!
“Hot dog” de mazorquita con salsa barbacoa
Un juego muy rico.
Ensaladilla de patatas y mejillones con rocoto y cebolla encurtida
Otra vez ese crujiente de los picatostes, un detalle “marca de fábrica” de su maestro valenciano. Un plato que está en el take away.
Croqueta Pekin
Esta vez particularmente rica y de un relleno muy untuoso. Salsa kimchi.
Churros de brandada de bacalao con espuma de alioli
También más cremosos, crujientes y sabrosos que otras veces. O me lo pareció.
Taco crujiente de raya guisada, mole de ajo negro, huevas de trucha
¡Qué guiso más suculento!
Taco de pastor con lágrima ibérica y piña salteada
Ese día salió la carne un poco correosa, sin que la bromelaína pudiera hacer su efecto enzimático sobre su textura. Ahora creo que Miquel confita el cerdo, lo que será, creo, más efectivo.
Me extrañó que no me molestara al nivel gustativo la presencia de la piña…No endulzaba mucho el conjunto.
Arroz negro de rodaballo a la vizcaína y “blanquet”
No entendí muy bien el “a la vizcaína” pero ese arroz estaba estupendo. Un mar y montaña espléndido en el que se había sacado el máximo partido del humilde rodaballo de piscifactoría, sabroso y de una gelatinosidad perfecta. El «blanquet» es una especie de butifarra blanca de Valencia que aportaba el suculento lado «montaña» al plato.
Arroz de lágrima, panceta i berenjena a la llama
¡También riquísimo!
(Hay uno vegano en la carta, y otro con gambas al ajillo que promete).
Postres :
Son un poco particulares. Sabores intensos, a veces demasiado potentes inclusos, como en este
«Viva Mexico”
Helado de tatemado, kiwi, maíz, cremoso de chocolate blanco , pasión y tamarindo.
Estofado de calabaza y miel de caña, helado de curry amarillo y mandarina, hinojo, perejil, cilantro
Tal vez demasiadas cosas… y se deberían pelar los gajos de mandarina.
En casa degusté este postre de take away:
Bizcocho de aceite de la tierra de Espadán con chocolate cremoso y pequeño toque de sal
Una interpretación muy rica de la merienda catalana.
Pol Barela, estudiante en sumillería del CETT, sirviendo los vinos
Este post será como unas notas de lectura, salpicado abundantemente de comentarios, digresiones y aportaciones totalmente personales. En ningún momento he pretendido sentar cátedra, ya que en este campo de la gastronomía todo es demasiado incierto como para poderlo hacer. A veces, son solo opiniones tan debatibles como cualesquiera.
Acabo de leer otro libro sobre la historia de la gastronomía francesa (“Histoire et Géographie d’une passion”), escrito por el profesor de Geografía de Paris-Sorbonne Jean- Robert Pitte. Es un libro que tiene ya 15 años y puede quedar algo desfasado en algunos aspectos, pero tiene el mérito de plantear algunas preguntas, como por ejemplo, ¿por qué Francia llegó a ser un país gastronómicamente tan importante?
Admiro de los franceses su capacidad de investigar y analizar porqué han sido el país más gastronómico del mundo durante más de tres siglos y medio.(Me atrevo a poner fecha al final de ese predominio absoluto por el año 1998, años en el que ElBulli es ya reconocido como la nueva meca gastronómica a la que hay que acudir, y situaría el inicio de la modernidad culinaria con la publicación del libro de La Varenne, Le Cuisinier François en 1751 que coincide casi con la llegada de Louis XIV al poder en 1647).
Acepto que habrá, por parte de los estudiosos galos, una tendencia subyacente en mirarse el ombligo, pero hay que reconocer que hay motivo de orgullo por su parte.
Lo cuestionable tal vez es cuando ese autor hace remontar esta predisposición a producir y consumir buena comida a la época de los galos y a su legendaria afición (alimentada después por los comics de Asterix) a los abundantes festines. Lo dice como si hubiera un sustrato social muy antiguo que ya predisponía los galos septentrionales, los Francos (por cierto de origen germánico) y luego los franceses en general, a encaminarse hacia un destino gastronómico radiante e ineluctable. Mitología nacionalista extensible a muchos países.
Luego, el autor invoca la diversidad y la riqueza de los paisajes, climas, productos y elaboraciones (quesos, vinos…), cosa que es cierta y con un alto nivel de calidad y de cantidad, aunque estas características no son exclusivas de ese país.
Más interesante es cuando recalca el temprano desarrollo de los oficios “de boca”, (“métiers de bouche”), organizados desde la Edad Media en gremios muy estrictos y poderosos. Gremios que se resistieron en desaparecer con la llegada de la República y que llegaron a entorpecer la eclosión de los restaurantes ya que estos últimos hacían competencia al gremio de “pasteleros-traîteurs”.
Los “pâtissiers” hacían pasteles, pero también “pâtés”. Un oficio (ahora charcutero-traîteur) aun muy presente en la gastronomía francesa, con su posible plato-icono que vuelve hoy a estar de moda: el “pâté en croûte”, cuya costra sería como un vestigio de aquella época en la que el relleno cárnico se tenía que conservar gracias al envoltorio protector, al cual no se pedía entonces, imagino, que fuese crujiente. La masa forma parte de aquellos ingredientes funcionales que se mantienen en la receta, sin que sean necesarios, ya que los pâtés no tienen problema, desde hace tiempo, en conservarse. Pero nos gusta esa masa (crujiente o no) que hace función de pan y que cumple con una cierta estética de nuestro imaginario gustativo: los he visto en los escaparates desde mi infancia y esa masa dorada, esa gelé y esos trozos de carne picada con tropezones (a veces de foie) aun suscitan mi salivación. Tal vez habría que repensar hoy esta preparación y desechar esta masa (a veces reblandecida: ver aquí un ejemplo ) para sustituirla, en el último momento, por una base (o una tapa) de hojaldre recién horneada. Sería la evolución lógica del pâté/croûte de hoy. Ver aquí una posible solución.
Me refiería evidentemente al pâté en croûte frío. El caliente recién horneado, a veces llamado Pithiviers (mismo nombre el pastel de a base de frangipane de almendra, tipo galleta de los reyes) es un concepto perfecto e intocable.
Las influencias recibidas
Huyendo de un chauvinismo exagerado, el autor del libro reconoce que este fenómeno gastronómico goloso, esa afición por la sofisticación de los manjares, existía simultáneamente en muchas ciudades del final de la Edad Media (Florencia, Venecia, Génova, Brujas…) pero sobre todo en París y Lyon: efecto del crecimiento de las burguesías de aquellas ciudades. Parece que la gastronomía necesitaba de la ciudad, primero para codearse con los mercados de abastos, y luego para encontrar su lógica clientela.
También se reconoce en el libro la aportación italiana al refinamiento de la gastronomía francesa, que había conservado, hasta la llegada de los Médici, al final del siglo XVI, a la corte de Francia, la rudeza del banquete medieval, al menos en las formas.
Italia ha sido un injerto de finura, en un contexto favorable que se prestaba a acoger novedades en las maneras de comer, como era el caso en Paris y su Corte del Louvre. Citemos solo solo la muy conocida introducción del tenedor o la aparición de las copas en cristal de Murano, que permitía, con su transparencia, apreciar los colores de los vinos.
En mi opinión, hubo siempre entre Francia y Italia un vaivén constante (y no solo gastronómico), casi osmótico en muchos aspectos. La Casa de Anjou gobernó Nápoles entre el siglo XIV y el XV (antes de serlo por la Corona de Aragón), luego los Medicis (María y Catalina) y el Cardenal Mazarino ocuparon el poder en Francia al lado de Enrique IV y Luis XIII. Y, por la anécdota, fue la ocupación napoleónica, con el General Murat, que llevó el babá (originario de la corte de Lorena que ocupaba el rey polaco Estanislas) hasta Nápoles. Son solo unos ejemplos. Si los Pirineos siempre han sido considerado como una barrera que separaba Francia de “África” (según una célebre frase atribuida a Alexandro Dumas o a Stendhal), en cambio los Alpes siempre fueron un puente entre Francia e Italia.
Por lo general, los franceses siempre tuvieron la particularidad de integrar a su ADN las influencias foráneas, y de volver a proyectarlas como propias. Pero me parece que pasa un poco lo mismo en todas partes. Qué poco de “catalán” tienen los emblemáticos canelones de Sant Esteve… ¿Serán de verdad italianos? O pueden ser incluso marselleses, según la historiadora bilbaína Ana Vega.
Al nivel de alta Cocina , habría que esperar la llegada de El Bulli, para que una cocina foránea zarandeara un poco el predominio galo en la materia: más allá del “gaspacho” y de los “piquillos”, bastante omnipresentes en el Sur de Francia, la “plancha” (como técnica relativamente reciente en Francia), son sobre todos las nuevas técnicas bullinianas las que se encuentran en muchos restaurantes: “espumas”, (a veces se mantiene el nombre en castellano) o “sponge cake” (aquí se ha cogido el nombre inglés para nombrar el biscocho-micro de Albert Adrià) están ya totalmente asimilados por la cocina gala moderna.
Antes, en la época de la Nouvelle Cuisine, Japón había influenciado un poco a la puesta de escena y a la estética de los emplatados, sobre todo en Gagnaire, quien estaba invitado muy a menudo, en los años 80-90 en este país. Gagnaire iba como exponente de la post Nouvelle Cuisine creativa, pero se llevaba siempre, en su maleta de vuelta, ideas nuevas que siempre ha sabido integrar a su cocina y que iban más allá del uso de la salsa de soja que empezaba a usar hasta Robuchon en los años 80. Gagnaire ha sido sin duda el más cosmopolita de todos y el más abierto a lo que se “cocía” fuera. Su carta siempre ha sido salpicada de productos importados de España o de Italia, y sus intentos de flirtear con lo que se llamó la “cocina molecular” con la ayuda de Hervé This, no es ajena a su admiración (controlada y siempre algo crítica) hacia el “fenómeno Bulli”.
Una Alta Cocina única
Volvamos al libro que nos ocupa. Mucho más interesante es la explicación política que nos brinda el autor, y que nos ayuda a esclarecer el porqué de una alta cocina evolucionada y codificada, justamente en Francia y no en Italia o en Inglaterra. Y es cuando el autor del libro habla del efecto “Corte” como determinante, ya desde el siglo XVII. En otros países no ocurrió lo mismo.
En Italia, la división territorial y la falta de un centro político definido habrían sido, según su teoría, un impedimento al desarrollo de una gran cocina generalizada y “generalista”. Añadiría que justamente este «defecto» tuvo luego como consecuencia positiva la existencia de la riqueza extraordinaria de sus cocinas regionales. Estas aun se conservan hasta hoy, mientras que Francia centralizó tanto su cocina, llevándola a los altares de la “grandeur”, que empobreció en diversidad su patrimonio culinario regional. Lo redujo a veces a una cocina residual y casera, solo visible en el programa de TV de las Recetas de Julie, es decir a una cocina que se encuentra muy difícilmente hoy en los restaurantes de “provincias”.
Por cierto, ese mantenimiento de grandes cocinas regionales italianas diversificadas no les ha impedido “vender” en el extranjero su “marca Italia”, aunque sea en forma de unos pocos conceptos potentes (y reductores, ya que la cocina italiana es mucho más que esto): la pizza y la pasta. Bien o mal cocinadas, se encuentran, como el tiramisú, “urbi et orbi”. Por no hablar de sus productos: Vinagre balsámico, parmesano, mozzarella y aceite de oliva, este último más caro y mejor posicionado internacionalmente que el aceite andaluz.
En Inglaterra, esa falta de alta cocina palaciega se explicaría, según el autor, por la permanencia de los nobles en sus tierras. No acudieron a una corte centralizada, como ocurrió primero en el Louvre, luego de una manera definitiva en Versalles, en la que centenares de cocineros llegaron a alimentar las bocas de miles de cortesanos y la del Rey más goloso y gourmet de la Historia. De hecho, durante mucho tiempo, Inglaterra (hasta el reciente despertar de su nueva gastronomía), no reconocía otra cosa que la alta cocina francesa para sus fastos y sus caprichos gastronómicos. Y Escoffier, triunfando en el Savoy es el perfecto ejemplo de ese fenómeno. En los últimos años, solo como ejemplos, Ducasse (en el Dorchester) y Gagnaire (en el Sketch), ambos con tres estrellas, no dudaron en seguir esta tradición, (aunque los tiempos hayan cambiado, y los ingleses ya no esperen la llegada de la cocina francesa como el maná. (Como anécdota, Gagnaire me comentó hace 18 años, poco después de la apertura de Sketch, su necesidad, cargada de simbolismo, de instalarse en Londres, invocando justamente a Escoffier).
Versalles, París, Francia
Es, por consiguiente, en Versalles donde se fraguó la gran cocina francesa. Una construcción de todo un sistema, perfeccionado a lo largo de los dos siglos siguientes (con Carême y Escoffier), apoyado entonces en los productos del Huerto del Rey, seleccionados por el agrónomo La Quintinie y por la creatividad, espoloneada por los caprichos del Rey Sol, de todos aquellos cocineros palaciegos y, de algunas manera “funcionarios” culinarios del Estado. Allí se escenificaban las diferentes comidas del Rey Sol, en presencia de los cortesanos. (Lamento que la célebre serie de TV “Versailles” no refleje absolutamente nada de la importancia de la gastronomía en el palacio, lo que la invalida, a pesar de sus cualidades, como reflejo de aquel periodo histórico).
Luego será en París donde se generalizará el efecto “restaurant”. Ya que, según el autor del libro, es en las ciudades o cerca de las ciudades, donde la gastronomía prospera desde la Edad Media, pero será en la Corte donde alcanzaría el summum, gracias al poder absoluto de Luis XIV. Una tradición que unirá Gastronomía y Poder, y que se mantendría hasta hoy, más allá del cambio de régimen de la Revolución. Ya a partir de Thermidor (fecha del frenazo al ímpetu revolucionario radical), el buen comer volvió a ser un asunto de Estado. Imagino que lo explicará Guillaume Gomez, chef del Elíseo en su último libro, ”A la Table des Présidents”, (que me queda por leer). De la alta gastronomía, privilegio de los palacios hasta el siglo XVIII y de las mansiones particulares de los aristócratas que no vivían en la Corte (llamadas “Hôtels”, de allí la palabra “maître d’hôtel”) , se pasó a la restauración pública (y también a la de los “palaces” parisinos, grandes hoteles que adoptaron, por cierto, la palabra inglesa…). Pero sigue habiendo otro Palacio con gastronomía “casi” real, al menos en las grandes ocasiones: el Palacio del Elíseo.
Napoleón, que no tenía un paladar muy refinado, lo entendió rápidamente y encargó este asunto (repito : de Estado) al gran diplomático Talleyrand, como cuenta Pitte en su libro. Pero ni en los momentos más calientes de la Revolución se dejó nunca de acudir al Grand Véfour, situado en el peristilo del Palais-Royal, único vestigio de la multitud de restaurantes que abrieron entonces en esta zona central de París. Recuerdo que, en mi primera visita, en los años 1990, me sentaron en el asiento asignado a Madame Roland , una revolucionaria importante de la época, eso sí moderada (de los Girondinos).(Existen aun algunas placas, clavadas en las paredes de madera, con los nombres de los nuevos dirigentes).
Francia construyó a lo largo de estos tres siglos como una koiné culinaria, para usar una metáfora lingüística. Es decir, un lenguaje común por encima de las lenguas minoritarias o variaciones dialectales que serían las cocinas regionales marginalizadas por la gran cocina nacional. Un fenómeno único que le permitió, al precio de ese sacrificio de los patrimonios locales, exportar su modelo en el mundo entero, evidentemente en el campo de la alta cocina de hoteles. La expresión “Haute Cuisine” era (y es aun en gran parte) el término usado en el planeta para nombrar esa cocina; la “marca”, solo contrarrestada, desde hace unos años, y al nivel lexical, por la palabra “Fine-dinning”, que sería como la suma de varios estilos asiáticos, afrancesados, bullinianos, cocina nórdica, italianizante, peruana etc. Es decir una nueva alta cocina internacional, reflejo de un panorama eminentemente ecléctico en el que ningún país domina por si solo el nuevo escenario gastronómico mundial. Pero una verdura cortada en cubitos de 2mn de costado, sigue siendo una «brunoise»…
España, la gran ausente del libro
¿Y en España? El autor del libro que comento hoy, la menciona en un capítulo en el que se cita al dominicano Luis de Granada en su Guía de los Pecadores, publicado en 1555, pero reeditado profusamente hasta el siglo XVIII, en el que se fustigan todos los sentidos, sobre todo el del gusto. España manifestaría, y desde épocas remotas, esa repulsión por los placeres de la buena comida. Desde la “inevitable necesidad de comer y dormir”, visto por Santa Teresa como una esclavitud, hasta el reinado de Felipe II, monarca recluido en su austero palacio-convento de San Lorenzo del Escorial, y practicando el ascetismo. Condiciones, según el profesor Pitte, poco propicias al nacimiento de una cocina de Corte, placentera e imaginativa.
Y, sin embargo, me pregunto el porqué de tanta austeridad culinaria si ha sido a través de Castilla por donde llegó a Europa gran parte de la nueva despensa vegetal americana con sus productos banderas: la patata, el pimiento, el maíz, el cacao o el tomate, que iban a enriquecer las cocinas de Francia e Italia. Una nueva despensa variada y llena de potencial que llegaba sobre la despensa autóctona, ya rica en carnes y pescados. Es cuando vemos que el producto no lo es todo si no entran en juego otros factores más culturales, políticos y sociales, que Francia, como lo hemos visto, sí tenía.
El autor no va más allá de estos ejemplos (Felipe II y Santa Teresa) y de dos escuetos párrafos de su libro, que parecen condenar, al menos a Castilla (país además carente de una burguesía potente, capaz de estimular la aparición de una alta cocina relevante), a una parca cocina de supervivencia o al menos más rudimentaria que en otros países. Sin Corte golosa y estimulante, ni burguesía pujante y sofisticada, poco podía aparecer. Hasta los hidalgos pasaban penurias (según el libro de Jose Carlos Capel de 1985 : “ Pícaros, ollas, inquisidores y monjes”. Andalucía, y su gastronomía andalusí, ni se menciona en el libro de J-R Pitte.
Es evidente que ni la llegada de los Borbones al poder en Madrid, a principio del siglo XVIII, consiguió dar un tumbo radical a la situación. Algo mejoró en la dieta cortesana, pero Felipe V alternaba momentos de bulimia con otros de inapetencia, y nunca la comida alcanzó tonos versallescos. Consomés (“consumados”), aves, mollejas. A veces olla podrida (olla poderida: de los poderosos, y no putrefacta). Pocas verduras en general. Y platos que se repetían constantemente. “Siempre los mismos y muy simples” decía Saint-Simón, quien fue cronista real en Madrid durante tres años de su reinado. Es decir, todo lo contrario de lo que ocurría en el Louvre o en aquel mismo momento en Versalles.
Hoy, tiene más glamur una cena en el republicano Elíseo que en la Zarzuela. Los Borbones no tienen fama de gastarse los dineros en grandes comidas…Ni la tienen los eméritos, poco amantes de las comidas sofisticadas (la reina Sofía no come carne, sí pescado y se conforma con poco), ni la tienen los reyes actuales, que siguen empeñados en dar una imagen de frugalidad y de austeridad (al menos en este terreno alimentario) que no concuerda con sus ingentes ingresos. Como si quisieran decir: “¡Sí! Tenemos mucho dinero, pero comemos acelgas”. Su boda de hace 16 años fue el último ágape público de calado que se les conoce y el postre de Torreblanca debía ser lo más destacable del almuerzo.
En España, la gastronomía nunca ha sido un asunto de Estado. Ni la bilbaína de origen francés, María de Mesteyer, autoproclamada Marquesa de Parabere, mujer culta y viajada que llegó a conocer las cocinas europeas y al mismísimo Escoffier, pudo mantener su proyecto de restaurante en Madrid más allá de los primeros años de la República. Es curioso: parece que queda de mal gusto, para gobernantes y mandatarios, gastar dinero en alta restauración (durante mucho tiempo Casa Lucio parecía el summum del nivel gastronómico borbónico), pero, por lo visto, no tanto en otros campos… Horcher y Jockey fueron los fieles representantes madrileños de esta alta cocina europea afrancesada (algo germanizada en el caso del primero).
Con la democracia, pasó un poco lo mismo al nivel de los políticos en general: muchas mariscadas discretas, hasta con tarjetas oscuras, pero poca presencia visible y desacomplejada en la gran restauración moderna y más creativa. Los progresos de la presencia de la gastronomía española al nivel internacional sin mucho reconocimiento por parte de los políticos. y los restaurantes de alta cocina, si se han frecuentado, ha sido a hurtadillas.
En cambio, los franceses no veían mal que un Mitterand o un Hollande (ambos presidentes republicanos y encima socialistas) visitaran grandes restaurantes o montaran grandes recepciones para recibir mandatarios extranjeros en el aristocrático Palacio del Eliseo.
Entendemos ahora un poco más por qué no existió aquí una alta cocina, primero de Corte y luego pública, realmente propia y ufana de sí misma, hasta la ruptura radical que supuso El Bulli, a partir de los años 90, y del cambio total de rumbo que desencadenó en la pérdida de complejos con la aparición de nuevas cocinas modernas y avanzadas con carácter autóctono (catalanas, andaluzas, gallegas, valencianas, vascas (en este último caso vanguardista tanto en ElBulli como en Mugaritz) etc. Si no ocurrió antes tal fenómeno fue probablemente una mezcla de los motivos por los que no la hubo ni en Inglaterra, ni en Italia.
El autor del libro ni menciona Alemania.
La burguesía catalana adoptó también durante todo el siglo pasado y parte del anterior, como en el caso de la inglesa y tantas otras, el modelo de alta cocina francesa y hasta se escribían las cartas de los restaurantes en francés. El primer gran restaurante abriría en La Plaza Real en 1861 y se llamaba “Le Grand Restaurant de France” (está todo dicho). Y la mítica Maison Dorée, en 1903 en Plaza Cataluña, era la réplica de la de París, abierta medio siglo antes. (En Madrid sigue abierto un vestigio de aquella época: el Restaurante Lhardy, fundado por un francés hace 170 años).
Barcelona no fue capaz entonces, aprovechando el gran momento de la Renaixença de la segunda mitad del siglo XIX, de recrear, a partir de su prestigioso patrimonio culinario medieval (Sent Soví etc), una nueva cocina que combinara catalanidad y modernidad (como lo hizo entonces en los campos de la música, de la literatura, de la arquitectura o del urbanismo). A pesar de la importante figura de Ignasi Domènech, gran discípulo de Escoffier, no hubo “modernismo” ni modernidad culinaria que desembocara en una corriente gastronómica totalmente autóctona. Se seguía bebiendo del paradigma gastronómico francés. Ni lo consiguió, a pesar de sus esfuerzos por desmarcarse de las influencias foráneas, su colega y amigo el aragonés Teodoro Bardají.
Y esto duró hasta las dos estrellas del Reno o del Racó d’en Binu, los dos 2 estrellas catalanes de los años 70-80, ambos mirando hacia Francia.
Y me parece que el esquema fue bastante parecido en muchos más territorios cuando se trataba de alta restauración: las clases pudientes vascas, catalanas, andaluzas (la Marbella de los años 70-80) …salían del paso comiendo afrancesado.
Arzak y Neichel fueron productos indirectos de la Nouvelle Cuisine vecina, el primero influenciado por Paul Bocuse y el segundo por Alain Chapel, aunque después se fueron despegando de sus matrices, y resultaran ser cocinas bisagras hacia una alta cocina propia, sobre todo en el caso del Bulli donde hubo un real cambio de paradigma, ya después de Jean-Paul Vinay. Un cambio copernicano pilotado por Ferran Adrià y que aun estaba solo en mantillas en La Cocina del Mediterráneo (periodo que fue como una especie de Cuisine du Soleil de Roger Vergé a la catalana). El cambio cualitativo llegó, en mi opinión, a partir de la “menestra en textura” en el 94.
En cuanto a Santi Santamaría y Martin Berasategui, han sido los grandes valedores (con sus toques catalanes y vascos, lógicamente en la materia prima pero también en la expresión de los sabores de sus tierras) de la cocina francesa. Santi, quien visitaba mucho Cala Montjoi a finales de los 80, principio de los 90, también se inspiró durante algún tiempo del espíritu (y a veces de la letra…) de La Cocina del Mediterráneo. Francia le llegó por sus lecturas y sus viajes, pero también filtrada y personalizada por la cocina del Bulli de los años 85-93.
Cuando llegó, por fin, una cocina con discurso propio, un proyecto gastronómico totalmente disruptivo, al final de los años 80, en Roses, pues la gran mayoría de esas altas esferas del poder (y muchos de los colegas cocineros de Ferran Adrià) no la entendieron y hubo que esperar el año 2000, para que todo dios (o casi…) se apuntara al fenómeno Bulli, ni que fuera por snobismo, ya que Francia (Robuchon) y sobre todo EEUU y Japón ya habían consagrado a Adrià como el mejor cocinero del mundo, o al menos el más creativo. En este sentido, El Bulli no fue nunca un restaurante ligado al poder ni a la burguesía catalana. Ni desde Barcelona ni desde el Ampurdán (donde aquella gente veraneaba) se acudía masivamente a conocer la nueva cocina que se fraguaba en aquellos años 85-98 en Cala Montjoi. Allí cuento más sobre este tema, que no es el tema de hoy). Ni las primeras crónicas de Carme Casas en La Vanguardia, ni los elogiosos comentarios de García Santos en su guía Lo Mejor de la Gastronomía (Biblia en aquellos años de todos los cocineros y gourmets avezados) fueron suficientes como para llenar las salas del restaurante en los años 85-97.
Mientras tanto los de Madrid iban a los restaurantes afrancesados propios, a los de la Costa del Sol o a los tres estrellados de San Sebastián, siempre venerados como templos gastronómicos, considerados un poco como “suyos”. Lo llamaría el “efecto María Cristina”… De ahí, en retorno, el éxito de los restaurantes vasco-navarros en la capital del Estado y el hecho de que fuera un restaurante como Zalacaín el primer 3 estrellas de España. Ese tranquilo estatus gastronómico de entente bilateral entre la capital y Donostia se mantuvo inalterado hasta el final de los 90 y la aparición del imprevisible terremoto bulliniano que empezó a sacudir el sistema.
Y muchos vieron atónitos como El Bulli pasó, en pocos años, de la invisibilidad casi completa a la condición de primer restaurante global y planetario de la Historia. Y esto sin pasar por las etapas previas de primer restaurante de Cataluña o de España. De hecho, la tercera estrella solo aparece en el 97, tres años después de Can Fabes.
(Hay que reconocer que Ferran y Juli supieron siempre agradecernos a las 200 personas que fuimos de los primeros (yo un poco «tarde», en 1989 y luego cada año a partir del 93), dándonos mesas hasta el 2011, cuando era ya imposible reservar).
Como refuerzo argumental en la falta de reconocimiento a esas nuevas cocinas vanguardistas, es interesante ver que pasó un poco lo mismo con Mugaritz, que no llegó nunca a ser totalmente reconocido por el gourmet vasco (bastante más tradicional de lo que la gente cree). Ni aun del todo por Michelín. A Arzak , los lugareños acuden regularmente a comer los platos de toda la vida. No su “vanguardia”.
En cuanto a Mugaritz se salvó al alcanzar, también de golpe, la fama mundial, antes que la aceptación del público donostiarra ocurriera. Ni en los tiempos del apoyo por parte de García Santos, (tal vez con la excepción del corto período en el que Andoni cocinaba, al alimón con David de Jorge, una cocina más “guérardiana”), ese restaurante recibió clientela autóctona cuantitativamente significativa. Mucho respeto por parte de sus colegas donostiarras pero se visita preferentemente ElKano, Ibai o Zuberoa.
El gran cambio del siglo XVII
Después de esta larga digresión, volvamos a nuestro tema del libro y al nacimiento de esa nueva cocina francesa en pleno reinado de Luis XIV. ¿Quién fue el equivalente de Gault/Millau en aquel movimiento culinario que cambia cualitativamente la cocina, un siglo y medio antes de Carême, y más de dos siglos antes de Escoffier, los dos grandes codificadores de la Alta Cocina.
Sin duda François Pierre de La Varenne , “escudero de cocina del marqués de Uxelles” (sí, el de la “duxelle”, pero esta preparación no se encuentra en su recetario) y su best sellerLe Cuisinier François (por “français”), publicado en 1651, cuando hacía más de un siglo que no se publicaba ningún libro de cocina en Francia. El profesor Jean-Robert Pitte recuerda que habrá más publicaciones por parte de otros cocineros como François Massialot o del misterioso L.S.R., un anónimo).
Como novedad la mantequilla aparece como ingrediente privilegiado tanto para la cocina salada como la pastelería. En el Viandier de Taillevent (más o menos contemporáneo del Sent Soví, a principio del siglo XIV), solo en 1% de las recetas entraba la mantequilla. En Le Cuisinier François se usa en el 80% de las salsas. En los siglos anteriores, las salsas eran como aliños muy acidulados o agridulces, sobrecargados de especias y de azúcar, justamente considerado antes como un de ellas. Con La Varenne todo se reequilibra. Las especias se mantienen a raya y se liga con mantequilla. Por ejemplo se emulsiona esa mantequilla con una yema, un poco vinagre, sal y pizca de moscada para acompañar unos espárragos que se recomienda “poco cocidos” (dice la receta), un detalle de modernidad “avant la lettre” que los de la Nouvelle Cuisine no desaprobarían. La salsa, que no era otra cosa que una holandesa que no llevaba aun su nombre, aparece allí también como una “modernidad”. Un plato que se podría servir en cualquier restaurante de hoy cuando se ha recuperado este tipo de salsas madres (desoyendo los ostracismos absurdos y snobs de los adalides de la Nouvelle Cuisine). Para que aprendamos a relativizar las modas y filtrarlas por nuestro espíritu crítico…
Paralelamente al uso de la mantequilla, el azúcar de caña, llegado de las colonias francesas del Caribe, llega en abundancia y pasa de ser considerado una especia para sazonarlo todo, a ingrediente base de la nueva pastelería. De allí, en mi opinión, el origen del éxito de esta gran pastelería francesa que coge gran expansión por aquellas fechas. Aunque el historiador Pitte no lo señale, es un auge en gran parte explicado por la suma de estos dos ingredientes.
En cambio sí precisa que este azúcar va desapareciendo de los platos salados para ser usado sobre todo en confituras y otras elaboraciones dulces. ¿Los “desserts”? Es cuando la palabra empieza a usarse para nombrar la parte dulce de la conclusión de las comidas (y no solo los cambios de servicios en los que se «deservía» la mesa).
“La asociación dulce-salado, como el sabor agridulce se consideran ya como vulgares, incluso ridículos” dice Pitte, refiriéndose a Le Cuisinier François de La Varenne: “Quedan pocos vestigios de la antigua cocina medieval hoy en día: algunos platos de carne blanca, caza con ciruelas pasas o coulis de arándanos, pato con naranja, tartas de cordero con azúcar de Pézenas y el terrón de azúcar que se pone a los guisantes estofados” concluye. Creo que quedan bastante más y veo aun en Le Cuisinier François al menos la presencia de frutas en platos salados como un capón que lleva granadas o “pollo de la India” (pavo) al que se le pone frambuesas…
Pero leí en otro libro (cuyo título no recuerdo ahora), que este proceso de “desdulcificación” de la cocina salada francesa se extendería sobre unos 50 años… Y es cierto que en Le Cuisinier Royal y Bourgois de Massialot, este tipo de combinación ya escasea. Solo vi un pato en su jugo y con zumo de naranja. Un clásico que ha resistido el paso del tiempo.
François Massialot publicará Le Pâtissier François, signo de que la pastelería de alto nivel empezaba a ocupar un sitio relevante y Le Nouveau Cuisinier Royal et Bourgeois, en 1690, título que no deja duda sobre la base social de la alta gastronomía de entonces : evidentemente la aristocracia y la Corte, pero también la burguesía como clase aun subalterne políticamente pero que empieza a gastar su dinero en ágapes.
Muy interesante es el uso que hace este cocinero del chocolate para la pastelería, cuando solo se degustaba hasta la fecha como bebida. Un producto que trajeron los españoles de América y que no supieron aprovechar. Como la patata que se usaba en toda Europa como forraje y planta ornamental hasta que Parmentier supo por fin sacarle partido para tapar las hambrunas en el siglo XVIII.
Receta de huevos «falsificados o artificiales» para la Cuaresma
No menos interesante en Massialot es la aparición sorprendente del trampantojo , no por motivos solo lúdicos como en la época contemporánea, sino religiosos. Cómo fingir platos de huevos con confitura de leche y crema de arroz coloreadas con azafrán (para las yemas) y crema de almendras o de leche sin reducir con agua de azahar para la clara. Todo servido en cáscaras de huevo previamente lavadas.
Y como anécdota, se puede ver en el primer tomo de su libro, tal vez la primera receta de croqueta de la Historia. La llama «croquet» (en masculino) y era una mezcla de mollejas de pollo, pularda o perdiz, tocino blanqueado, miga de pan en leche, huevos, finas hierbas, queso cremoso y hasta trufa y setas. Se formaban bolas que se rebozaban en huevo batido y pan rallado para luego freírlas en manteca de cerdo.
Para volver al tema del azúcar , sabemos que esta tendencia a jugar con lo dulce-salado volvió a aparecer con la Nouvelle Cuisine, acentuada 30 años después en algunos aspectos de la cocina de vanguardia que vieron “antiguo” repetir esta separación entre los sabores dulce y salado, y juzgaron “moderno” volver a mezclarlos.
De hecho, creo que el desarrollo esplendoroso de la pastelería francesa durante los tres siglos siguientes, terreno en el cual este país alcanza todavía hoy la excelencia, se explica por aquel mantenimiento a raya de lo dulce en la cocina salada. En efecto, ¿a quién le apetece comer dulces al final de una comida si ya ha comido previamente un tartar de salmón con mango, un foie-gras con caramelo de moscatel e higos, unos lenguados con salsa de naranja y kumquats confitados o un pollo a la catalana con orejones?
Por decisión deliberada o por instinto, la cocina francesa se despojó en aquel siglo XVII de lo dulce-salado para dejar el campo libre a la actuación estelar de sus pasteleros. No hay nada peor que lo dulce invada todo un menú y que el degustador no sepa discernir entre sabores que incitan a comer y seguir comiendo (acidez-salado-amargo) , y sabores que invitan a concluir (lo dulce).
Este libro tiene muchas más cosas interesantes, como la influencia de Japón en los de la Nouvelle Cuisine a partir de los primeros viajes gastronómicos que hicieron en los años 60-70. Pero esto sería alargar este post que empieza a hacerse demasiado largo…
Hoy pensaba escribir una pequeña reseña sobre Michelín para completar un poco la entrevista que me hicieron por Catalunya Radio esta semana , pero siempre se escribe en un contexto informativo y él de hoy no es propicio al optimismo. La aparición de una nueva cepa del virus en Inglaterra (ya esparciéndose) y la noticia de unos conciertos multitudinarios en Madrid, son solo dos noticias que desaniman a cualquiera. Y el tono del post se resentirá de todo ello.
Estos últimos días, había motivo para equilibrar el lógico pesimismo del anuncio de una potente tercera ola con un optimismo razonable para el medio plazo, con la llegada de la vacuna. Pero ahora ya no sé qué pensar.
Muchos comentarios respeto a lo que me parece destacable, los hice en el post anterior.
Lo que no pienso hacer, es lo que solía cada año. Insistir más de la cuenta sobre la falta de criterio de Michelín que no da las estrellas a todos los restaurantes que nos gustan. Hace ya unos años que digo que Michelín no puede ser “mala” cuando no satisface nuestros gustos y luego felicitar a los restaurantes premiados que entran en nuestras preferencias (por ej. el 2 estrellas de Culler de Pau). Los que pedimos coherencia a michelín en sus criterios, no podemos pecar luego de incoherencia respeto a nuestra visión de la guía. Esta guía es lo que es y se tendrá que aceptar con cierta resignación, o cada año será un festival de lamentaciones.
Este año, Michelín quiso publicar su guía solo 3 semanas después de lo habitual, en un acto de voluntarismo hasta precipitado que se podría rebatir, argumentando que había que ayudar al sector. Intención muy loable, pero percibo simplemente que había que poner en marcha la maquinaria michelín pasara lo que pasara, ya que se trata de una empresa, no de una ONG. Y justamente este año Michelín lo veía sin duda más necesario que nunca , cuando la 50Best desistió de publicar su lista.
Vimos, después de unos años de disputa por la supremacía de la prescripción gastronómica mundial, que el resultado final había sido más que un empate, una ligera victoria en la que michelín demostró una fuerza resiliente espectacular. La 50Best no la pudo suplantar como se vaticinaba hace una decena de años. En cambio la guía Roja supo extender su imperio a la casi totalidad del globo, manteniendo su extensa penetración en los territorios, cosa que no llegó a hacer 50Best a pesar de sus diversas réplicas por continente. Y ahora vemos como el formato michelín está más adaptado a la nueva situación de movilidad ya que la pandemia ha dado un duro golpe a la globalización turística. La guía ha sabido combinar presencia mundial con una prescripción de relativa “proximidad”. Ahora (y durante bastante tiempo, me temo),¿de qué sirve saber que el mejor restaurante del mundo está en Asia o Australia, si el turista gourmet de Barcelona no sabe ni siquiera si le reabrirán Enigma o si podrá ir a una casa rural de Catalunya en Semana Santa?
Ayudar de verdad
Pero volvamos a la premisa de la “ayuda” al sector que invocó Michelin para publicar ya su edición 2021 sin esperar la primavera, como lo decidió Michelin France (se ve en este link) y supongamos que era lo correcto. Creo, entonces, que había que llevar esta decisión hasta sus últimas consecuencias. Es decir, inundar los territorios de estrellas, y sobre todo de BibGourmands.
Usaré la metáfora de la Unión Europea que repartirá billones de euros para ayudar a sus países miembros. Un endeudamiento histórico (supera de mucho las cantidades del plan Marshall de la posguerra en el 45) que debería permitir la reactivación de las actividades (esperemos que con un rumbo más “verde”, al menos es la condición de muchas de estas ayudas) cuando la vacuna habrá hecho su función.
Pues al nivel gastronómico, tal vez habría que haber hecho un poco lo mismo. Dar un impulso exageradamente potente a la excelencia gastronómica, para cuando se ponga en marcha, esperemos que de verdad, la máquina hostelera y de restauración el verano que viene, la visibilidad de la “excelencia asequible” estuviera dominando el mapa.
Pensar que lo gastronómico empieza a partir de la estrella no se corresponde con la realidad. En los meses y (tal vez años que vienen, con la crisis que se asoma), será justamente esa vieja “bistronomía”, que apareció hace ya casi 30 años en París) la que sostendrá buena parte de la restauración de nivel. Y esta gastronomía de lo posible, la hace funcionar las clases medias. La «alta» está presa de su público restringido (y los «ricos» solo comen dos veces al día) y del turismo que tardará en volver.
En este contexto, la guía se tenía que haber preguntado si quería realmente ocupar todo el terreno de la calidad gastronómica con un uso “inflacionista” de sus pictogramas (el momento excepcional requería un golpe de efecto excepcional) o dejar a muchos restaurantes en limbo de mediocridad y del desdén. Casas a las que los clientes avezados y gourmets visitan con mucha frecuencia desde hace años (en Madrid se suele citar Sacha o La Tasquita. En Barcelona, Gresca, Coure, Al Kostat o Suculent), pero sobre todo pequeños negocios de gente joven que han abierto hace pocos meses o años y que piden justamente el empujón que la guía presume de querer dar (¡y que da en centenares de casos! ¡Reconozcamos aquí su mérito!). Pero en las curvas, se enseña que hay pisar el acelerador. Y este año se ha usado otra vez el cuenta gotas. Solo aplaudo que no se diera ningún tres estrellas. Igual no tocaba.
La tendencia “verde”
La guía la entendió y hizo muy bien en manifestarla, seguramente inducida por la “casa madre” de Francia, país mucho más sensible a todos los problemas de media ambiente y sostenibilidad (como lo vemos en su extenso tipo de compras BIO y lo veremos más adelante también en su expresión electoral). Pero una veintena de restaurantes en España con el nuevo pictograma de estrella verde, me parece un poco justo. En todo caso, es una excelente iniciativa que deberá repartirse con mucho criterio, es decir a los que realmente se lo curran y no a los “ecologistas” para la galería. Sino será un campo nuevo para los oportunistas que montarán su huertecito de plantas aromáticas mientras sirvan pescado de la otra punta de Europa o langostinos BIO de Madagascar (como lo hacía una restauradora francesa). Un poco como se ponen petit-fours y se ofrecen platos a la carta para complacer a los inspectores, podría aparecer el restaurador ecologista de última hora. De momento, esta estrella puede ser un valioso estímulo y me gustan algunos de los que he visto: Els Casals, Rodrigo de la Calle, Ricard Camarena, Aponiente, Culler de Pau, La Botica, La Lluerna o el nuevo BibGourmand Somiatruites de David Andrés en Igualada… Faltan muchísimos. Pero en el futuro, esta estrella verde debería desaparecer ya que sería conveniente que el «parámetro verde» se convirtiese en un requisito obligado para estar distinguido por la guía.
En cuanto a la cantidad de estrellas nuevas (19) y de nuevos Bibs (47) no refleja el nivel de excelencia general. Y los Platos Michelín son una distinción que nadie conoce, que se otorga a todos los que se nombran en la guía y que solo permite poner una pegatina más en la puerta del restaurante. En cambio, si parece que los BibGourmands se han dado bastante a conocer últimamente entre la clientela de restaurantes, no la mareemos con este pictograma de confusa definición (“cocina de calidad”) que parece decir al cocinero:
“¡Toma, va! ¡Un Plato Michelín, para que te calles!”
Sobre todo en el apartado de los Bibs, insisto, se tenía que haber hecho un esfuerzo mucho grande, ya que será el tipo de propuesta gastronómica que más se adaptará a la nueva situación económica que se avecina. Solo 2 nuevos Bibs (La Mundana y Berbena) en Bcn, y 1 en Madrid (Quinqué de Carlos Griffo, ex Casa Marcial) no ayudan en nada todo el esfuerzo de muchos jóvenes negocios que luchan por abrir y sobre vivir ante esta pandemia.
Los criterios encorsetados de la guía (o se come por menos de 35€, o se entra en la “super excelencia” de las estrellas) deja en el limbo a demasiada gente. Se ha demostrado muchas veces que el criterio del precio es muy elástico según conviene, así que se debería apostar a fondo por los Bibs y que la gente empiece a darles la importancia que se merece. He leído que el de Madrid tenía las reservas llenas para las próximas semanas. Creo que habrá una demanda de la clientela para este de tipo de bistrós, bistronómicos, gastrobares, tabernas, casas de comidas, en resumen, restaurantes humildes pero atractivos, cuyo ticket se podría situar entre 35 y 70€ (sin bebidas) según los platos que se elijan.
Para ir acabando: no he entrado este año en la discusión cansina de “si michelin acierta o se equivoca en tal o tales restaurantes concretos”. Reconozco que la guía es la referencia inevitable para el mundo de la restauración y que por mucho que critiquemos sus normas (infringidas), sus amiguismos (esas “estrellas amigas” que caen al mes de abrirse cualquier asesoramiento de grandes cocineros aquí o en otros países), o sus tirrias oscuras hacia algun@s cocinas y cocineros, nunca habrá un movimiento editorial alternativo en la el campo de la prescripción para contrarrestar con fuerza su poder. Solo algunos zarpazos malhumorados que la guía aguanta sin despeinarse.
Ni en los grandes momentos de Lo Mejor de la Gastronomía (guía de Rafael García Santos de los años 90-2000) se llegó a hacerle realmente sombra. Apenas se le pudo sacar a veces los colores y la publicación de RGS solo le espoleaba los tobillos.
Solo Francia se permite mantener aun la marca Gault&Millau como pequeña referencia medianamente vigente.
Unas líneas sobre Catalunya
Así que seamos positivos y recibamos con agradecimiento también estos dos 2 estrellas de Catalunya (que visité el año pasado y hace dos años), el Cinc Sentits de Jordi Artal y el Bo.Tic de Albert Sastregener y en los que vislumbré claramente todos los ingredientes para acariciar el lomo de los inspectores. Una fine-dining de libro en marcos elegantes. Exactamente lo que busca el turista gourmet viajero, pero que el gourmet local no visitará con mucha frecuencia . Y más por los motivos que señalamos antes.
Felicitarnos por la estrella recuperada de L’Aliança de Anglés con el acertado relevo del yerno del añorado Lluís Feliu, el joven Alex Carrera.Conocí su cocina el año pasado en un 4 manos con su amigo Víctor Torres , otro joven chef de Les Magnòlies de Arbúcies. Y otro acertado relevo de un yerno.
Y felicitémonos por la estrella de La Fortalesa (visita que espero hacer un día) donde cocina Iñaki Aldrey, otro joven talentoso que conocí en Barcelona hace 4 años, en el Ten’s de Jordi Cruz, marca de este proyecto gastronómico, situado en Sant Julià de Ramis, en un hotel con mucho encanto, (cuyo propietario falleció recientemente, lo que dejaría en suspense la continuidad del hotel).
En cuanto a la última estrella, la de Quatre Molins, le hice una visita hace un par de años y lo comenté por la radio. Lo lleva Rafael Muria, un joven ganador del concurso Balfegó de hace 3 años. Es un premio que da Michelín a estos restaurantes alejados de los centros urbanos y que arriesgan con una buena cocina actualizada.
Ahora quedan para estrellas o BibGourmands (solo en Barcelona y afueras):
Gresca, Coure, Al Kostat, Suculent, Direkte, Nairod, Slow&Low, Montbar, Dos Pebrots, Granja Elena, Tram Tram, Xavier Pellicer, La Barra,La Mar Salada,Petit Pau, Cadaqués, Sant Antoni Gloriós, Capet, L’Artesana de Poble Nou, Can Culleres, La Taberna Noroeste, Topik, Bardeni, Shunka, Kak Koy, Palo Verde, Oníric, Bodega Pasaje, Amaica (de momento solo con menús del día), La Bodega 1900 y Espai Kru (cuando abran), Al Marge (Badalona), La Taverna del Ciri (No está ni citado! Terrassa)…etc etc etc.
Panot y nuestro querido Marea Alta no volverán a abrir. Los restaurantes de El Barri, lo harán muy poco a poco, como lo dice Albert Adrià en un audio que envió esta semana al programa de radio en el que colaboro.
Llevo todo el verano visitando pequeñas casas de comidas que han abierto jóvenes cocineros. Taberna del Noroeste, Palo Verde, Can Culleres y, recientemente Amaica. Y no solo desde este desconfinamiento. Tanto para el blog como para la radio siempre me ha gustado promocionar los “pequeños”, no por bonismo, sino porque creo que el nivel gastronómico de un país no depende solo de los “grandes”.
Petit Pau, L’Artesana de Poble Nou, Cruix, Nairod, Direkte, Plata Bistró, Soluna, Berbena , Oníric, Al Marge (Badalona) o Bilou ya eran ejemplos de este movimiento constante en Barcelona de aperturas de pequeñas propuestas por parte de cocineros que han hecho su (largo) aprendizaje en casas importantes, que a su vez fueron jóvenes empresarios intrépidos por los años 2000. (Coure, Alkimia, L’Hisop, Gresca, Bardeni etc…). Toni Romero se lanzó realmente para tomar las riendas en solitario de Suculent hace solo un par de años. Y hace solo unos meses que Adrià y Takashi han cogido Dos Pebrots.
Hagamos un poco de historia somera. Cada acontecimiento social, político o ahora sanitario tiene evidentemente consecuencias sobre el estado, formato o tendencia de la gastronomía.
Como lo recordaba ayer Toni Segarra en La Vanguardia, (y lo he comentado varias veces a lo largo de estos años en este blog), son los cocineros palaciegos sin trabajo del final del siglo XVIII quienes fundaron el restaurante moderno tal como lo conocemos aun hoy. Y la Revolución Francesa no solo sustituyó en el poder a la aristocracia por la burguesía, sino que cambió todo el modo de vida social y arrastrando consigo toda una serie de nuevos espacios de los cuales el más importante fue la socialización (aun elitista pero mucho más democrática que en el Antiguo Régimen) de la restauración.
Un siglo más tarde, la aparición del ferrocarril, del automóvil y del nuevo concepto de “vacaciones” para clases medias, provocó la aparición de las guías (principalmente Michelín), lo que dio visibilidad en buena parte del siglo XX a una nueva y pujante gastronomía “de provincias” que ya empezó de tener una clientela extra regional. El eje principal de aquellos restaurantes se situó en el entorno de la mítica Nacional 7 (“la carretera hacia el sol”) que iba de París a la Provenza y Costa Azul.
Y ¿cómo explicar la aparición de la Nouvelle Cuisine sin la extensión de las nuevas clases sociales ligadas al desarrollo económico de la Francia de los años 60-80. Estos centenares de miles de “cadres” (ingenieros, técnicos superiores, empresarios dinámicos etc) sustituyeron (marginalizaron) a la vieja guardia gourmet de los “apoltronados” burgueses de cada lugar, ávidos de cantidades más que de refinamiento culinario.
También la crítica gastronómica cambió y Gault y Millau desbancaron a Curnonsky…
Luego aquella cocina se “refinó” tanto todo que la Nouvelle Cuisine cayó en una propia caricatura de sí misma. Pero esto es otro tema que no viene a cuento. O sí…ya que le podría pasar algo parecido a la llamada “cocina de vanguardia”
La crisis de la Guerra del Golfo del 92 y sus negativos efectos sociales tuvieron como consecuencia la aparición de la “bistronomía”. Concepto desarrollado por un segundo de cocina del Hotel Crillon, Yves Camdebordes, con su restaurante La Régalade: mesas corridas, hules, servicio informal y luces de fluorescente, para degustar vieiras y foie-gras cocinados a la manera del restaurante Les Ambassadeurs del Crillon, pero cuatro veces más barato que en el Palace de la plaza de la Concordia. El movimiento bistronómico había nacido. Solo hubo que esperar 2004 para que el añorado Sébastien Demorand, en una reunión del Fooding, le adjudicara su nombre que es la simple contracción de “bistrot+gastronomía”. O como lo diríamos ahora: ir al grano sin demasiado “emperifoliamientos”.
También “Nouvelle Cuisine” fue una expresión que se le escapó a Henri Gault inopinadamente después de cenar una anodina ensalada tibia de judías verdes crocantes con salmonete, en Bocuse, unas horas después de un opíparo almuerzo de lubina en costra de hojaldre y otras pulardas “demi-deuil”, es decir de “vieja cocina” (cosa que Monsieur Paul no dejó de hacer en toda su vida, a pesar de erigirse como el principal adalid de la “nueva”…Pero esto también es otro tema.
Aquí, en Barcelona, el movimiento bistronómico llegó 4 años más tarde con los pioneros del OT en el 96, con Oriol Lager y Flip Planas. Un pequeño restaurante del barrio de Gràcia que instauró un menú degustación de cocina creativa a precios irrisorios. También habría que citar al «Santamaría», el pequeño local muy concurrido de Paco Guzmán, en el que aperecían los primeros toque viajeros en las tapas. Tal vez un poco más tarde hubo una segunda ola (ay esas “olas”…) a partir de la crisis financiera del 2008. Pero Gresca ya existía desde hace un par de año. «OT y más tarde “Gresca” fueron un poco nuestras “Régalade”.
Mientras tanto en París la clientela seguía espaciando cada vez más las visitas a los 3 o 2 estrellas (bueno, se acudía al menos una vez al año para el cumpleaños de la abuela, al Plaza Athenée o se llevaba a un amigo de visita a París a la Tour d’Argent…). Estos restaurantes de lujo, medio abandonados por los parisinos (que hacía suyo el eslogan de MediaMarkt) vivían de las nuevas clases burguesas rusas y chinas, o de los ricos árabes de viaje por Francia. En cuanto a los más ricos de esos jeques, ya compraban directamente los hoteles como lo hemos ido viendo. Pero esto también es otro tema : el de como Europa liquida su patrimonio y se puede transformar en un glamuroso decorado ajeno a sus propios habitantes.
Estos días los de la alta cocina parisina (sí! La que cobraba hasta hace unos meses 500€ por persona), ayudada por algunos bistrots de 150€ el cubierto, piden a gritos que se les salve del desastre. Son los que más gritan, pero tenemos que entender que son las clases medias que hacen funcionar la gastronomía, la alta y la menos alta. Y en ausencia de turismo de lujo y con la crisis que se avecina, la máquina gastro funcionará con los que rompen la hucha un par de veces al mes para pagarse un pequeño restaurant de calidad. Estos restaurantes existen en París : son estos neo bistrots como Le Servan o Le Clown que seguirán teniendo su clientela. y no precisamente los más estrellados.
Y ¿a qué viene ahora este repaso, un poco superficial, lo reconozco, de las relaciones evidentes que existen entre la restauración y sus circunstancias.
Solo era para resituarse hic et nunc e imaginar, espero que en positivo, lo que podría ocurrir en los próximos meses.
La nueva situación que estamos viviendo es una crisis sin precedentes, esta vez ligada a un problema sanitario. En varios posts expliqué este verano mi opinión al respecto. Y desde abril, advertí que el reto era sobrevivir y no hacer alardes de fuerza voluntariosa bien intencionada. Aquí tendría que haber autocrítica de todos: políticos de todos los colores, algunos sectores de la restauración ( la alta, la baja y la mediana) que a veces no se ha encarado con el problema con responsabilidad y que quemó en los tres meses del desconfinamiento lo que se consiguió en los tres meses de esfuerzo anteriores. Y la irresponsabilidad de mucha gente que quiso vivir “Les Années Folles” de desahogo y desenfreno de después de la 1ª Guerra Mundial. Solo había que ver los restaurantes a tope este verano, las terrazas a rebosar, sin distancias, las trampitas de los grupos grandes que separaban de 30cm para simular que se trataba de otra mesa etc etc. La realidad del otoño empujó la administración a una hiper corrección sin duda excesiva, cerrando otra vez la restauración, incluidas las terrazas que, bien llevada,s no deberían tener la culpa de nada… Total: un mes y medio de terrazas cerradas en un otoño particularmente clemente, echado a perder. Pero esto tampoco viene a cuento ahora. No es el momento.
Lo interesante es que nos fijemos en quien lo ha hecho bien, y los que han luchado por sobrevivir cerrando su negocio cuando se les dijo de cerrar y respetando las normas de seguridad o adelantándose a ellas (L’Hisop sería un ejemplo) cuando se les ha permitido abrir.
No es tarde para hacer las cosas bien. Quedan aun meses difíciles. Test rápidos masivos, terrazas bien acondicionados (tenemos la suerte en Barcelona de no estar en Siberia), filtros de aire HEPA homologados o correcta extracción de aire y ventilación, respeto de las distancias y de los aforos etc… Y también equipos de cocina reducidos, simplificación del ritual de la sala, distancia de los camareros cuando presentan los platos, evitar abrazos, selfis y otras muestras efusivas. Simplificar las cartas y los platos. Ir al grano. Recordemos que lo importante es que se pueda levantar la persiana cada mañana y dar de comer. Ya vendrá tiempos mejores para alardes creativos, efectos especiales y encuentros multitudinarios. Enfrentémonos al reto de emocionar al cliente con un guiso soberbio y, en el caso de esos pequeños restaurantes que citamos antes, que sepan sacar calidad y excelencia de productos humildes. Aun recuerdo la bomba de cocido de la Taberna Noroeste, el pimiento escalivado de Palo Verde, la brandada con galleta de patata de L’Artesana, el escabeche de conejo de Amaica, el arroz de pichón de Can Culleres, la croqueta de Soluna, la sopa de cebolla de Suculent, la rillete de bonito de Nairod etc
Lo decía en mi post sobre Amaica. Tal vez podría llegar esta tercera ola de la bistronomía. Me comentan (y lo veo en las crónicas de Capel) que en Madrid está pasando algo parecido : jóvenes cocineros, bien formados en grandes casas se atreven a abrir pequeños negocios en plena pandemia. Prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. Su porvenir como segundos de cocina o jefes de partida en casas grandes se vislumbra incierto. ERTES o sueldos modestos. En cambio, los locales cierran (las reglas comerciales están trastocadas), los alquileres están bajando, los préstamos ICO se multiplican. Antes de que los fondos buitres arrasen con todo y se lo lleven a precio de saldo, tal vez sería el momento de arriesgar. Y “japoneízar” los formatos. (Estos últimos años son los chinos que han rescatado los bares de los gallegos que se jubilaban…). Minifundismo gastronómico. Un par de cocineros, un par de camareros, una barra, 4 o 5 mesas (si se puede, con terraza), carta corta y a cocinar 12 horas al día con horarios flexibles para complacer al cliente y adaptarse a los horarios. Comida para llevar. Estos cocineros no se harán ricos, pero harán lo que más les guste: cocinar. Cocinar cocina real (real food), de calidad, sencilla, atractiva. Reinventar la casa de comida de excelencia. Tampoco hará falta hacer esferas con alginato. Recuperar una clientela que quiere autenticidad y que solo pide tener una alternativa asequible y cercana, para apartarse de Just Eat y MacDonald. Y estarán en su propia casa, disfrutando de su pequeño espacio de libertad. Hay que subsistir! y tanto talento por parte de toda una generación de jóvenes cocineros se tiene que canalizar de alguna manera. Los ERTES se acabarán. Diseminemos esta excelencia por la ciudad. Y abordemos esta posible nueva ola bistronónica urbana con optimismo. Sería el legado positivo de este triste momento vivido.
Mientras tanto los grandes restaurantes estrellados se mantienen cerrados o esperando los turistas que tardarán en volver. El Barri sigue cerrado. En Barcelona, Disfrutar y Alkimia pueden ser la excepción ya que tienen su público local. No tengo más información sobre lo que está pasando en estas esferas. Todo es tan volátil.
En las zonas rurales, el futuro en los años próximos será sin duda las casas rurales con sus pequeños restaurantes de cocina con productos de proximidad. La ciudad quiere escapar de sí misma. Hay un deseo de naturaleza, de tranquilidad y de sencillez que está en el aire. La ciudad se ha vuelto un marco de aglomeración hostil que ni parece tan necesario y atractivo como hace unos meses, unos años, unos siglos… Es el momento de reequilibrar la balanza. Es la oportunidad para la “España vacía o vaciada” , para la “Catalunya buida o buidada”.
Un gran país gastronómicamente potente no es el que tiene 200 estrellas michelin (con un 20% de asesoramientos…), y una masa de consumidores pidiendo comida basura a Just Eat. No puede ser el modelo que nos espera. Más bien lo imagino con miles de BidGourmands atractivos y sin ínfulas. (Hay muchos BibGourmand se parecen a restaurantes con estrella frustrados, estrellados michelín de “quiero y no puedo”).
Pero esto sería, en todo caso, un tema para tocar en los próximos días…Este lunes veremos por dónde va la guía. No quiso retrasar su publicación para demostrar su ayuda al sector. La intención es loable. Espero entonces que apueste más por estas nuevas generaciones que se la juegan abriendo pequeños negocios que en los grandes grupos y asesoramientos de hotel, sus cartas fotocopiadas y sus cocineros en la nube.
No diré nada nuevo respeto a lo que escribí hace unos meses sobre este programa: etnografía gastronómica amena, gastronomía en su sentido amplio que va del pequeño productor de hierbas, ecológico desde los años 70 al ganadero de cerdos gascones (negro como el ibérico pero con menos enfiltración de su grasa. Y Julie Andrieu que resplandece de elegante naturalidad. Una mezcla entre un refinamiento con clase y una campechanería espontánea: un equilibrio muy difícil de conseguir. Me encanta cuando reconoce humildemente que se ha equivocada o cuando se queja del exceso de grasa de algunas recetas (como en un episodio reciente sobre el País Vasco).
En este episodio llamado Tursan, se habla también de pintadas, un ave emblemática de las Landas o de un viticultor que produce el Armañac y que rinde homenaje a los árabes que inventaron el alambique, a los romanos que trajeron la vid y a los celtas que crearon las barricas.
Recetas de familia que hacen salivar como eses mollejas de cerdo negro con champiñones, vino blanco y gelatina de jugo de pato confitado o ese pintor amateur que improvisa una merienda con un “fraisier” a partir de fresas que le trae su amigo Guérard.
Impagable la secuencia en la “micheline” con Guérard aguantando la cajita de fresas (y ambos sin llevar el cinturón, como es habitual).
Este programa es un homenaje nada empalagoso, y alejado de cualquier hagiografía, al gran cocinero, creador de la cocina “Minceur” de los años 70. Creó aquel concepto un poco obligado por el entorno del balneario de su mujer que hizo que se desplazase desde su humilde Pot-au-Feu de Asnières (un equivalente de l’Hospitalet respeto a París) hacia el lujo campestre de ese parque de 8 hectáreas, jalonados de estatuas y estanques de Les Prés d’Eugénie (en referencia a la emperatriz Eugenia de Montijo que lo puso de moda). Una cocina sabrosa y poco calorífica que era, en el fondo una radicalización de la Nouvelle Cuisine, que pretendía ya de por sí, aligerar las salsas.
La pintada
Plato paradigmático esa pechuga de pintada rellena de un queso fresco de ajo y pimienta ( la versión fina del Boursin) y un poco de foie-gras (“estamos en las Landas” se excusa Guérard…), acompañado de un “cuerno de abundancia” de verduras del huerto. Se juega con el freno de la ligereza y el acelerador de la grasa para no traicionar la idiosincrasia opulenta del terroir gascón. Se asa con el hueso y alternando el asado tradicional al fuego de chimenea, que le aportar el dorado, con la baja temperatura de sus brasas ya mitigadas. Y para redondearlo todo, esa campana de metal (¿inventada por Guérard?) que acaba tapando la pechuga para un ahumado suave. Un concepto que hizo famoso su “homard au feu de cheminée” (bogavante a la chimenea) aquí aplicado a la pintada. Siempre he pensado que la idea de la campana “roquiana” (la de la cachimba de los hermanos Roca) viene de allí…
Pero a veces la realidad puede decepcionar un poco. Y esta pintada, en otra variante, me decepcionó un poco… Esto es mi post de hace 3 años.
¿Nostalgia o futuro?
En fin, televisivamente estamos ante otro programa maravilloso que refleja una Francia (aquí la Gascuña) evidentemente idílica, casi irreal, que reúne a veces el mundo paradisíaco de la alta cocina, pero sobre todo, el universo de las cocinas populares del campo y de los pueblos. Eso último es tal vez el nuevo lujo de estos próximos años, por su escasez y su lenta desaparición. Usaría la metáfora de la historia de ese cerdo negro de Gascuña (que estaba a punto de extinguirse y que ahora se extiende como una #EcoTendenciaSostenible en todo el Sud-Oeste francés), para alentar las nuevas generaciones de cocineros a recuperar el ADN culinario campestre, a rescatar recetas olvidadas que estaban abandonadas o maltratadas. Recetas ejecutadas con el savoir-faire adquirido en estos últimos años.
Es tiempo de pensar ya en la “posguerra”: las ciudades no pueden crecer más. Los territorios vacíos o vaciados son un desperdicio que no nos podemos permitir y los patrimonios culinarios no pueden ser sustituidos por pulpos de Mauritania a la gallega o un tataki de atún yellowfin servidos en cualquier pueblo de la Catalunya Central con un tiramisú aproximativo de postre. Gastrobares absurdos en medio de cultivos transgénicos y a unos metros de granjas de cerdo hacinados y pinchados con antibióticos. Exagero la tristeza del cuadro para que reaccionemos.
Estos programas de Julie nos enseñan que otro mundo es posible y no tiene porqué ser una Disneylandia del lujo para privilegiado (y el restaurante 3 estrellas de Guérard y otros, son a veces un poco esto : reductos de rusticidad dorada para privilegiados (ver la escena de La Ferme aux Grives con su decorado tan semiológicamente recargado para que el citadino se crea que las piezas de carne en la “broche” de la chimenea está girando la pieza que degustará (lo viví en mi visita de hace 3 años pero creo que solo hice un tuit sobre esta taberna campestre de Michel Guérard).
Depende de las nuevas generaciones reinventar una nueva ruralidad sostenible al alcance de todos. Ni paseismos nostálgicos, ni disneylandias campestres para guiris o “pixapins” (como se les llama a los barcelones que invaden el campo los fines de semana). Se trata de volver a dignificar los territorios. El mundo del vino, del queso ya está en esta onda. Francia esconde, detrás de su obsesiva fachada trendy de lo BIO, una real preocupación por la sostenibilidad. También tienen sus granjas masivas donde crían a miles de patos, pero ya este modelo está estigmatizado por gran parte de los consumidores y la prensa especializada. Aquí empezamos en este camino. Probé la semana pasada el foie-gras de pato de Anade (Galicia), en Cataluña tenemos algunas granjas (pocas todavía) de cerdos bien criados (Dpagès…) pero el futuro va por allí. No volveré a hablar de Els Casals pero es un modelo de restauración a seguir (aunque no tenga el sello Eco estricto). Como anécdota esta frase de Dabiz muñoz en la reciente entrevista de Cristina Jolonch : «Me encantaría, por ejemplo, hacer un restaurante en medio del campo». Es solo una pequeña frase, dicha de paso pero tal sintomática de alguna reflexión.
El lujo bling bling seguirá existiendo (Asia, Países del Golfo, Rusia… serán su hábitat), pero podría entrar en crisis. En Europa, quién sepa interpretar las nuevas formas del deseo del ocio, seducirá a buena parte de la población, ávida de hedonismo sencillo, ético y goloso. Ya existen este tipo de corriente, la crisis los acentuará (ya lo escribí en mi visita a In De Wulf hace 6 años
O tal vez son solo ilusiones mías…y todo volverá a sus cauces…
Pero ojalá sigan existiendo clases medias con suficientes recursos para poder aupar este tipo de nuevos modelos: casa rurales con su pequeño restaurante con productos del territorio, pequeñas tabernas urbanas con sus mesitas en terraza con dos o tres cocineros , delivery cada vez de mejor nivel y adaptados… Aun no se sabe hacia donde van a ir los tiros.
Estos últimos años, nos hacíamos preguntas tan absurdas (es fácil decirlo a posteriori), como si era posible la llegada de un nuevo movimiento de vanguardia. Ferran Adrià dudaba, creo con razón, de que ocurriera. Y ahora la alta restauración, al nivel mundial, está bordeando el abismo y se está preguntado como sobrevivir o qué caminos emprender, no solo para salvaguardar sus conceptos, sino para mantener sus negocios. ¡Qué cambio de perspectiva!
¡Sí! tendría que haber otra revolución en el mundo de la restauración, de la gastronomía, de la alimentación en general, pero puede que tenga que ocurrir donde no se esperaba, es decir fuera de piruetas y triples saltos del plato, que ya estos, tenemos la impresión de que ya los hemos visto todos, sino en la capacidad creativa para adaptarse a nuevas situaciones.
Por no querer hablar siempre de un mismo tipo de restaurantes y para demostrar que a veces me arriesgo a explorar otros territorios, acepté la invitación del departamento FIRE , el nuevo restaurante de brasas de la planta baja del Hotel Vela (Hotel W), donde Carles Abellán ocupa la primera planta con La Barra.
Aquí el proyecto es diferente y depende directamente del hotel. Lo asesora una cocinera italiana, Carlota Delicatto, ganadora en Italia de Hell’s Kitchen 2016. Imagino que esto servirá de referencia para algún tipo de clientela. Pero, por lo que me han dicho, no está presente en todos los servicios, lo que es habitual en este tipo de consulting y lo lleva, en el día a día, otro chef italiano. Carlota apuesta por la tendencia RealFood, es decir cocina directa y sana, con pocos procesos, y nutricionalmente reconfortante. También se pueden ver algunos productos ecológicos en la carta, Y la brasa como herramienta culinaria principal.
Justo antes de la pandemia, ya habíamos degustado unos platos de la carta mientras aun estaba todo en obras. Recuerdos unos platos a base de vegetales a la brasa bastante ricos. Pero esta vez seguí las instrucciones y recomendaciones del camarero, eligiendo platos que no suelo pedir habitualmente (sobre todo el segundo).
Hay que reconocer que la terraza al lado de la piscina tiene mucho encanto para esa clientela que busca un ambiente veraniego con música (demasiado alta)y rodeada con plantas bien iluminadas. Lo del nivel de los decibelios no es algo baladí, ya que obliga al servicio de sala a acercarse exageradamente al comensal que, por razones obvias, suele estar sin mascarilla. En estos momentos tan delicados que vivimos, todos estos detalles tienen su importancia. La situación nos obliga a repensar protocoles de sala y prácticas colaterales del servicio. El servicio de sala debería, como norma general, acercarse 10 segundos al comensal para dejar (y luego recoger sin hablar) el plato en la mesa. Y todas las explicaciones y conversaciones entre camarero y comensal deberían estar a, al menos, 1m50 de distancia.
Evidentemente este tipo de lugares no suele ser mi “hábitat gastronómico» usual, pero este decorado turístico-tropical puede complacer hasta los gustos de un publico lugareño. Gracias a la (casi) ausencia de turismo, se respiraba cierta tranquilidad con las cuatro o cinco mesas ocupadas y convenientemente espaciadas. A pesar, lo repito, de esa música de fiesta playera, adaptada a otros tiempos de bullicio turístico pero que no se corresponde ahora con la nueva realidad.
En cuanto a la comida, hubo algún altibajo sobre todo en la cocción del calamar.
Bocado aperitivo de queso, mantequilla ahumada y buen pan de aceituna negra
Calamar parrilla
(18€). Demasiado terso y las patas fritas con un rebozado demasiado grueso. También el allioli hubiera podido ser más denso y de sabor más marcado. Pero no estábamos en una taberna catalana, y el sitio invita a este tipo salsa livianas…
Chuleta de carne de Girona
39€
Guarnición y salsa a parte a elegir (7€) .
Elegí una de pimienta verde. Una salsa que no había comido desde hace varios años (una espectacular que acompañaba una panceta, en el Capritx de Terrassa).
Carne de buena calidad. Patatas fritas crujientes y salsa (oportunamente colada) correcta.
De postre:
Cheese-cake con galleta y albaricoque
Textura algo densa y presencia testimonial de la fruta.9€
Para beber a la copa, el camarero me recomendó un pinot noir. Recomendación que aplaudí enseguida, pero luego resultó ser una garnacha tinta del Montsant de 14º, “muy parecida”, según mi simpático camarero.
Petit-fours:
cóctel de mora, macarrones
Muy ricos.
Uno de caramelo salado, si recuerdo bien.
Calculé que me habría costado unos 73€ , sin la bebida.
Estoy convencido de que los platos más vegetales de la carta o el plato de linguini con salsa de tomate a la brasa y ricota ahumada casera, pueden ser mucho más interesante que mi previsible elección carnívora.
Seguimos actualizando noticias sobre restaurantes. En el caso de SUCULENT la noticia es doble. La instalación reciente de una pequeña terraza y la confirmación como plato emblema de la casa de su “paella” a su manera.
Justo antes de la pandemia probé en esta casa una fantástica paella (o arroz con cosas: me da igual como se llame mientras esté buena).
Por fin el castellonense Toni Romero conseguía un arroz bomba de punto de cocción amable, elaborado con un caldo delicioso y una abundante serie de acompañamientos (pollo, alcachofas, garrofons y tirabeques ) casi todos típicos de la paella valenciana. Pero Ferran Adrià insiste que quiere encontrar sobre todo arroz en un plato de arroz. La redundancia es necesaria ya que no queremos (y ahí me incluyo) ir apartando carnes, verduras y verduras y legumbres para “rascar” (en todos los sentidos de la palabra) una cucharada de la preciada gramínea.
«Paella»
El otro día volví a probar este arroz más de 6 meses después. Me sigue pareciendo uno de los mejores de Barcelona (no los he probado todos y me limito a proferir frases como: “ de los mejores”). En el grosor de la capa, y el punto del grano, lo veo más alicantino que valenciano. En cambio, lo sigo viendo con un exceso de chicha que recuerda la paella valenciana: cerdo, conejo, pollo etc… Costaba llegar a la gramínea. Con solo una de estas carnes sería suficiente, ya que este arroz, de por sí tiene un sabor extraordinario por la excelencia de su caldo.
De momento, no hay muchos cambios en la carta de Suculent. Vendrán en los próximos días o semanas, con algún plato con vieira y platos de caza.
La ostra con jugo de tomate, mezcal y aceite de pipas
Mejora la ostra con chufa que sigue, creo de momento, en la carta : muy valenciana pero de aliño algo apagado.
Ensalada de tomate Barbastro, con burrata, albahaca , vinagre balsámico y anchoa
Paradigma italiano. Más clásico imposible.
La ensaladilla con patata paja y ventresca
Croqueta de pato
“Ceps” con huevo poché y cansalada
La clara un poco cruda. Creo con solo la yema como el año pasado, quedaría mejor. Y con la panceta mejor repartida.
Foie-gras con chips de topinambo y demi-glace a la Café de París
Habría que reforzar el sabor a Café de París de la salsa, célebre por sus 50 y pico ingredientes. Domina la demi-glace, y no es la idea de esta mantequilla especiada.
Maitakecon piñones tostados y crudos, queso curado de oveja y romero
Nombre japonés de la “grifola frondosa”. Una seta de cultivo con muchas buenas propiedades nutricionales , pero sobre todo de excelente sabor, aquí muy bien realzado con el confitado y la salsa de piñones. Uno de los mejores platos del menú.
Albóndigas de pato con trompetas y puré de patata
La albóndiga podría tener un poco más de textura granulosa y recordar un poco menos la pastosidad de una farsa de canelones. Y ese puré excelente podría lucirse en un pequeño cuenco a parte. En todo caso un buen plato.
Acabamos con el arroz al cual me refería antes.
Melocotón asado con crema de early grey
Un excelente postre de la temporada pasada.
Higos, bizcocho aereo de almendras, leche quemada, yogur y limón
Rico aunque tal vez le haría falta un poco más de “caña”.
Pero la gran pequeña noticia es la terraza. Esperemos que nos queden muchas semanas de buen tiempo para disfrutarla!
Excelente tinto recomendado por Pedro, el maître de Suculent siempre elegante y atento.
“Aplaudo cada vez que observo que la calidad gastronómica se descentraliza, se difunde por los barrios, huye del congestionado Eixample barcelonés, a veces haciendo equilibrios encomiables para conciliar calidad y contención de precios”. Esto decía hace unos días en este blog.
L’Artesana de Poble Nou, Al Marge en Badalona, Taberna Noroeste en Poble Sec, Bodega Pasaje en La Bordeta…
¿Vamos hacia formatos más modestos? ¿Más asequibles? ¿Más reducidos?
Sin la llegada de turistas, la alta gastronomía sufrirá un retroceso. De hecho, buena parte de ella ni ha vuelto a abrir todavía. No habrá suficiente pastel comercial para tanto talento culinario de alto vuelo. Los clientes autóctonos exigentes, quienes no quieren renunciar a comer bien, irán a casas más modestas y seguras, y a precios razonables. Este fenómeno ocurrió en Paris hace años: los parisinos se apartaron de sus palaces y de los dos o tres estrellas para encanallarse más que nunca en los bistrós.
Si la crisis del 92 (nacido después de la guerra del Golfo y del encarecimiento del petróleo), provocó la aparición del fenómeno bistronómico (a quien el añorado Sébastien Demorand, desaparecido prematuramente el año pasado, bautizó, en el 2004, con su neologismo “bistronomie” ), no quiero imaginar los movimientos adaptativos que tendrá que hacer el sector de la hostelería (entre muchos otros sectores) para responder a lo que nos viene encima.
En estos momentos, la creatividad culinaria, tal como la entendíamos, tendría que reconvertirse, urgentemente y principalmente, en creatividad empresarial, en nuevos modelos de restauración atractivos, confortables, imaginativos, seguros y low cost, pero sin que el producto pierda la calidad ni el cocinero su dignidad. Esta generación de cocineros tan bien formados, tan maduros a pesar, a veces , de su juventud, deberán (sobre)vivir cocinando lo mejor que sepan platos de 10€ y menús degustación de 30€. Y esto no cuestionará su talento. Al contrario, le pondrá a prueba. Se trata de cocinar platos deliciosos con sardinas y bonito. Y en esto también, se debe demostrar «creatividad». De hecho, ya se está haciendo desde hace tiempo. Pero puede que se generalice aun más.
Es cierto que la hostelería de alta gama no desaparecerá. Pero, con lo que se avecina, es seguramente el gasto más prescindible que exista. La utilidad social de una cierta alta gastronomía de lujo aparecerá como una de las actividades humanes más prescindibles que exista. En el pasado sirvió de locomotora al sector, ahora podría aparecer, si no se repiensa en clave más austera, como unos oasis del hedonismo de lujo, blindados en su torre de marfil.
Seguimos teniendo ganas de comer bien, pero ya no esperamos que sean los cocineros los que nos enseñen el resultado de sesudas investigaciones culinarias, ni que nos descubran sus últimas innovaciones. Los médicos, epidemiólogos y científicos en general les han sustituido como centro de nuestro interés. Ahora y durante bastante tiempo, toca otra cosa. Más urgente.
En estos momentos de “otras urgencias” (sanitarias y de crisis social), nos toca vivir nuestra pasión hedonista con un poco más de discreción. Si es que se pueda.
Como en todas las crisis, mientras muchos se empobrecen, puede que algunos se enriquezcan. Pero costará recuperar la “alegría” de hace unos años solo gracias a la clientela que no pasa penurias . Los que se quejaban regularmente de si unas manifestaciones les había hecho perder un 10% de clientes tal mes, o si algún verano había llegado un 5% menos de turistas por unos atentados, o si la tasa turística, en el caso de los hoteles, casi les arruinaba etc…tienen y tendrán que lidiar ahora con otros embates de más envergadura que aquellas nimiedades que parecían soliviantarles tanto.
La vacuna, si es que llega con toda la efectividad requerida (que algunos empiezan a poner en duda), no conducirá a la salvación inmediata de la economía. La crisis será profunda y duradera. Los “pequeños” tal vez sepan resistir mejor. Serán tiempos difíciles en los que los cocineros tendrán que estar cada día al pie del cañón, trabajando duro y con pasión, para sacar magros tal vez beneficios.
Lo que es seguro es que la gente adinerada no ha sido la que ha hecho funcionar la alta gastronomía en los años “dorados” de los 90-2000, sino ha sido el crecimiento de las clases medias (y los que rompían de vez en cuando su hucha) quienes viajaban y frecuentaban los buenos restaurantes. Los barceloneses ricos no tienen idea (o suelen no tener idea) de gastronomía y frecuentan a veces sitios de moda inconsistentes y de diseño. Con la crisis, puede que los que tienen buen gusto se escondan aun más para huir de la ostentación (en Cataluña, el dinero siempre ha sido discreto).No se podrá contar con ellos para levantar otra vez el sector de la alta cocina. Habrá que cocinar para los «pobres». No tienen tanto dinero, decía el escritor Alphonse Allais, pero son más mucho más numerosos».
Para las clases medias empobrecidas será más que nunca el momento de fondas, tabernas, bistrós y bistronómicos. Y algunos gastronómicos especiales, de los que hablo a veces, y que han entendido que el espacio para la “alta restauración” se iba reduciendo, y que los 200€ no se los gastaba tan fácilmente el cliente autóctono. El binomio AlKostat/Alkimia sería esta respuesta anticipada a lo que vemos ahora.
Es en esos espacios donde se tendrá que expresar el talento artesano de los cocineros. Se debería volver a valorar la cocina del gesto, la presencia del chef en su restaurante, la producción propia (nada de centros de producción impersonales), desde la repetición de recetarios tradicionales hasta cocinas más viajeras o más imaginativas y personales.
Ojalá podamos al menos vivir durante tiempo momentos de bella artesanía más que de “arte”…
Pero antes de hablar de futuro a medio plazo, hay que pensar que aun estamos en periodo de urgencia sanitaria…Y el reto (¡ingente!) para los restauradores es triple: captar clientes, respetando las normas de aforos reducidos, hacer sin embargo que el negocio sería rentable y garantizar al máximo la seguridad para el cliente y el propio personal del local.
Neo-tabernas seguras y sencillas
-Deberían ser locales seguros, limpios, agradables, confortables, con buena extracción de aire, a poder ser con terrazas ( a ver que pasa con los tres meses de invierno). Ahora sí, debería ser el momento de hablar de neo-tabernas. La seguridad en el restaurante entra ya en los nuevos parámetros para evaluar la calidad de un restaurante. Toda medida que vaya en el sentido de la higiene y de la seguridad será poca: gel, temperatura al entrar, como ya lo tienen en muchos sitios (aunque no sea garantía de nada), mesas espaciadas, purificadores de aires, mamparas, extracciones potentes, códigos QR, propongo sobres para guardar la mascarilla en la mesa, etc. El mejor restaurante no será solo el que da bien de comer, sino el que ofrece más impresión de seguridad al comensal. Pero la preocupación por la higiene extrema ha venido para quedarse después de esta larga tormenta, y los pinchos de barras al alcance de las expulsiones de fluidos de los clientes no deberían volver.
Desde la cocina
Por seguridad, debería haber menos personal en cocina. Unos equipos pequeños que conviven todo el día, son más controlables.
Comida de la “familia” (del equipo), en mesas reducidas, mascarillas antes y durante del servicio, evitar al máximo contacto físico en el trabajo, tests serológicos rápidos y frecuentes (aunque no sean fiables del todo, ya conozco restaurantes que lo hacen a su personal. Se están hablando de algunos de nuevo tipo, relativamente baratos (4€) y más fiables , en un futuro próximo).
Menos personal tiene como consecuencia una necesaria reducción de las cartas. La de la Taberna Noroeste me pareció perfecta (16 platitos). Hasta se entendería la vuelta en ciertos casos del menú-degustación como única propuesta, como lo hizo el OT, en Barcelona hace casi 20 años. Ahora lo hace Direkte con solo dos menús.
Menos decoración en el plato, menos complicaciones. Y qué todo se aprecie en una hincada de cuchara. Sabemos que la alta cocina tiene otras reglas, pero debería también rebajar la gesticulación en los emplatados y pensar en simplificar la expresión gustativa de los bocados. Menús-degustación más cortos serían lo deseable. Y no significará ni menos comida, ni menos excelencia, sino menos tiempo en la mesa y menos complicaciones en cocina. Reconozco que es pedir mucho, pero creo que, en este futuro inmediato, el cocinero más creativo, y más adaptado para sobrevivir, será el que exprese más con menos…
Sabíamos que España producía más alta cocina de la que podía mantener con sus clientelas autóctonas. Ahora sería el momento de intentar seducir a una clientela de proximidad con ofertas de excelencia, pero sin lujos innecesarios. La sencillez culinaria que se iba reclamando por motivos de cansamiento de una cierta “complejidad forzada”, ahora podría ser una exigencia para abaratar costes. (Sé que sigue habiendo un público aun emocionado por la liturgia de la exuberancia), y cocineros que se resisten a renunciar a ello. Pero me cuesta creer, de momento, que esto sea el futuro). Es solo mi opinión. Ni el Rte 108 de Copenhagen (de Redzepi) ha podido sobrevivir a la ausencia de turistas.
Desde la sala
¿Cuántas veces hemos pensado que era innecesario que nuestra acogida en un restaurante la hiciera tanta gente? En los restaurantes franceses esto se llevó hasta el paroxismo y transcurrían dos minutos, entre tu entrada por la puerta hasta sentarte, saludando a cuatro o cinco miembros del personal sucesivamente.
Demasiadas veces hemos querido copiar este modelo. A partir de ahora la acogida debería ser cordial pero más austera. De la misma manera que mi plato de bogavante no me va a saber peor si solo lleva dos ingredientes (en vez de 3 guarniciones, dos salsas y 3 hierbas distintas), tampoco me sentiré desatendido si solo una persona que conduce a la mesa y si me tengo que acercar yo mismo la silla para sentarme. Al revés, en estos momentos no me apetece que el camarero me ayude en hacerlo.
Habría que reflexionar en un nuevo paradigma del servicio de sala. Casi un nuevo protocolo de sala. Algo que ha ido evolucionando a través de los siglos, bajo presiones sociales, de comodidad o, al contrario, en la alta cocina, como muestra, muchas veces vacua y prescindible, de deferencia versallesca hacia el cliente, casi de sumisión. En las cenas particulares de las mansiones parisinas, cada comensal tenía su propio lacayo que le servía el vino, y solo a él. Luego este espíritu de sumisión pasó al servicio de sala de la restauración pública. No sé cómo se podría llamar ahora este nuevo cambio requerido por este tipo de circunstancias higiénistas. Pero habría que (r)establecer la necesidad de una distancia física entre el comensal y el camarero. La sonrisa del camarero que se ve desde la distancia, ya es toda una amable declaración de intenciones que me parece suficiente.
También las palabras “cercanía” o “proximidad”, que estaban relacionadas con la gastronomía de la “informalidad” y del buen rollito deberían revisarse urgentemente. De positivas hace solo unos meses, estas palabras son ya negativas en estos momentos. En varios restaurantes he tenido que llamar la atención al servicio de sala que se acercaba demasiado a la mesa, incluso para explicarnos lo que llevaba el plato, señalando con los dedos los ingredientes. Habría que evitar este tipo de gestualidad innecesaria. Y si los platos dejan de llevar 20 componentes, la explicación debería automáticamente ser más corta. Una cosa va ligada a la otra: «bogavante con romesco» (pam!).
El camarero se debería acercar solo los segundos necesarios para dejar el plato en la mesa, recogerlo y marcar la mesa. Y, cuanto más lejos de la mesa esté el camarero para dar las explicaciones sobre el plato (y cuanto más cortan sean esas) ¡mejor! Son momentos de contención. En la cocina y en la sala.
Comida para compartir
-Hace ya varios años que se habla de la gastronomía de los “platitos para compartir”. Lo que viene a llamarse el “pica-pica” de toda la vida.
Esto merece un momento de atención y requiere debate. En un restaurante “gastronómico” la cosa es fácil de resolver, en principio. (Digo en principio porque también existe ese platito de jamón que se pone en medio de la mesa mientras los comensales se toman la cerveza).
Habría que promocionar urgentemente la individualización de la comida. ¡Sí a los platos para compartir! pero que cada uno disponga de su propio plato. Todos recordamos estos trozos de pan que se mojan en el plato central de las almejas a la marinera o los cubiertos de cada uno que entran en contacto con la bandeja de ensaladilla rusa del centro de la mesa. Hablo por supuesto de mesas grandes y de mesas con menos comensales, pero que no conviven en el mismo techo. Con una pareja o una familia que convive en el mismo techo, no habría problema. Pero…o bien el camarero es capaz de discernir qué tipo de relación hay entre los comensales (cosa que me parece a veces muy aventurado), o bien sería conveniente establecer un protocolo de servicio higiénico y seguro en todos los casos. La solución es complicada, pero sería urgente empezar a evitar ciertas cosas. También platito individual para el pan etc. En este caso justamente, tendría sentido “complicar” un poco las cosas. Aunque en las tabernas no se deberían cambiar los cubiertos (ni los platos) en cada momento. En L’Arpège, se conserva el mismo cuchillo durante toda la comida, y no es tan terrible. Cuantos menos movimientos de servicio y acercamientos a la mesa, mejor. Tanto por seguridad como por economía de recursos y sostenibilidad. La nuevas tabernas quieren imitar a veces el servicio del restaurante. Y pido a gritos, a veces, que no me cambien los cubiertos, incluso después de haber comido un par de croquetas con los dedos!
Imagen
-Huelga decir que los saludos efusivos a los clientes conocidos, abrazos, besos etc son a evitar sí o sí, y deberíamos aparcar las muestras de “colegueo”, mientras dure la pesadilla de la pandemia. Ni fotos colectivas de clientes y comensales juntos, ni selfies con l@s cociner@s , con o sin mascarillas. Las redes sociales tienen que hablar de los platos, y menos reflejar una falsa normalidad de clientes y cocineros juntos. Tu presencia en el restaurante para apoyar la economía del sector es la mejor marca de afecto que puedes demostrar al hostelero.
Hazte el selfie a ti y tus acompañante en la mesa, si tanto te preocupa que se te vea en Instagram. Y haz una foto del equipo del rte al final.
Pero evitemos juntar a todo el mundo en la fotos. No es necesario.
También los programas de TV gastronómicos (¡y otros!) deberían hacer más pedagogía. El propio sector se la está jugando. La mascarilla va fuera, solo el tiempo que uno está sentado en la mesa y comiendo. La regla es válida para el comensal de a pie como para el presentador o periodista del programa de Tv quien tiene que dar ejemplo.
Precios
-Los márgenes de beneficios de un cierto tipo de gastronomía ya no eran muy grandes (se habla de unos 5-6%). Es un buen motivo para prescindir de lo superfluo. ¿Son necesarios 4 tipos de panes, vajillas estrambóticas, objetos-recuerdos para el comensal, flores en el plato? Evidentemente cada uno tiene su idea sobre lo que es superfluo o no. En este post de hace 6 años en In De Wulf, ya hablaba de una alta gastronomía de la contención.
Habrá que aprender a renunciar a muchos detalles que parecen hoy innegociables, pero puede que, en unos meses, se trate de una pura y dura supervivencia de los negocios. Y lo imprescindible de hoy no lo será tanto entonces. Ya lo estamos viendo.
La buena relación calidad precio debería ser la regla de oro, que se pague 30, 50 o 150 en los pocos casos que se paguen (a ver, por ejemplo, lo que hacen los palaces parisinos a 500€ sin los turistas chinos o rusos. Ducasse reabre estos días)….
A pesar de que la luz de las estrellas nos siguen llegando durante mucho tiempo después de su posible extinción, (ese icono nos seguirá fascinando siempre), la clientela mirará cada vez más hacia los Platos Michelín y los BibGourmand que a los firmamentos galácticos que se habrán vuelto aun más inalcanzables para mayorías empobrecidas.
Las administraciones
Con su arquitectura urbana, Gaudí y las playas, la gastronomía ha sido uno de los reclamos más potente de Barcelona en estas últimas 3 décadas. Los poderes públicos no pueden mirar hacia otro lado.
Pero la pandemia solo acelera un fenómeno de degradación urbana que ya no dejó de acentuarse en los últimos tiempos con la desaparición de tiendas de toda la vida que no pueden mantenerse (Colmados, mercerías, la Casa Beethoven de la Rambla etc). El Raval y el Barrio Gótico llestán llegando a un nivel de descalabro (no solo gastronómico sino social y estético) insoportable. Una decadencia previa al Covid que las distintas administraciones sucesivas no han sabido frenar. El paseo Joan de Borbón (antiguo paseo Nacional) de la Barceloneta está en manos de empresarios a quienes no les importa nada la gastronomía. Camareros pakistaníes desganados intentan enganchar los pocos turistas que pasan, “seduciéndoles” con fotos de gambas congeladas, tal vez pescadas en el Pacífico, y arroces escalofriantes. Solo La Mar Salada mantiene la dignidad del paseo.
En los meses que vienen, muchos locales del centro de la ciudad cerrarán. Esto se ha comparado a veces a una guerra que no destruye las paredes pero que acaba minando el tejido social de las ciudades y sobre todo su moral. Y no he querido hablar de los bares y pequeños restaurantes de menús del día que pueden desaparecer. Teletrabajo y fiambreras acabarán con muchos de ellos. Y no tendrán derecho al epitafio glamuroso del “gastronómico” que no podrá reabrir.
Las administraciones deberán replantear un modelo de ciudad diferente, menos bling bling , más auténtico y pensando en la gente real y en recuperar su patrimonio urbano. (No todo es La Pedrera y la Sagrada Familia). Habrá que ayudar a reabrir locales de restauración, reformados al nivel sanitario (no quiero imaginar las condiciones higiénicas de la mayoría de estos locales del Ciutat Vella o incluso del Eixample…). Luego ponen multas por nimiedades…
Se trata de una verdadera reconstrucción post bélica que podrá durar años. La ciudad tiene recursos humanos y sociales para emprenderlo. Su Historia lo demuestra. Se ha de empezar ya a actuar, o algunos barrios se parecerán a los de Detroit después de la gran crisis automovilística.
Pero, de momento, la imagen general que está dando España en esta pandemia no ayuda a que esta recuperación sea rápida. Y allí sí que es responsabilidad de todos colaborar en el enderezamiento de la situación.
Lo repito muchas veces. Hay que aplaudir a estos cocineros que, después de estar al lado de sus mayores durante años, aprendiendo de ellos, pero también sacándoles las castañas del fuego, se lanzan un día en su propio negocio. Es lo que hizo Arnau Muñío , con su DIREKTE de la Boquería. Cocinero un poco “tapado” durante unos largos años en Comerç24 y La Barra de Carles Abellán, se lanzó hace tres años, recuperando un local de su ex mentor situado en el mercado de la Boquería y dedicado a vender butifarras… La aceptación de esta cocina fresca e inhabitual, fue inmediata. “Cuiner del Any” 2018, iba llenando dos veces por servicio su pequeña barra, demostrando que lo que llamé entonces “minifundismo gastronómico” podía sobrevivir con la condición de estar cada día en el tajo. Arnau está en todos los sitios: chef, empresario, ayudante, camarero , sumiller…
Arnau Munío , segundo a partir de la derecha
Después de su reapertura, Arnau se supo adaptar a las nuevas circunstancias y amplió la capacidad del Direkte con dos o tres mesas en la terraza.(Las llamo en estos días : #TerrazasDelAsfalto en tuiter).
La plantilla creció un poco (también con algún stagiaire) y se plantó una mesita de trabajo en medio del largo pasillo lateral del Mercado.
Cenar en ese decorado de columnas decimonónicas desierto y con las paradas cerradas, lejos del bullicio del mediodía, es una sensación extraña pero muy placentera.
Arnau es un entusiasta. Risueño, servicial, valiente, hiper activo. Y su cocina es un poco el reflejo de su carácter: gustos marcados y chispeantes. Con su cocina viajera con toques catalanes a veces, no se quiere cerrar a nada. Todo está bien resuelto, apetitoso, goloso.
Como curiosidad, no tengo reparo en confesar que su uso de las frutas en los platos de su menú no solamente no me ha molestado, sino que me ha encantado. Son frutas frescas, ligeramente ácidas y arropadas con picantes y hierbas aromáticas. Tal vez, mi postura ha sido demasiado radical con este tema. La mantengo cuando se trata de un “dulce-salado” empalagoso, pero recuerdo ahora una frase que me dijo el año pasado Jordi Vilà: hay tomates más dulces que algunas frutas. En el fondo todo es cuestión de equilibrio. Y Arnau sabe jugar con estos sabores.
Hay clientes que dicen a veces al cocinero:” No me suele gustar la coliflor, pero este plato (que, un suponer, lleva puré de coliflor, coliflor frita y cuscús de coliflor) me ha encantado”. Pues es un poco lo que le dije a Arnau: “No me gusta el abuso de fruta en los platos salados, pero me encantó la mezcla de frutas con la vieira (marisco ya dulce de por sí) gracias a la potencia de la aliño de umami, acidez y picante, o el bocado de manzana perfectamente condimentado que acompañaba la codorniz. En fin, Arnau le ha pillado la historia a la cocina oriental, que suele llevar sabores dulces pero que no empalaga nunca. Hasta su jugo para el cangrejo real me ha remitido a un cerdo al caramelo, plato que degustaba en algún restaurante vietnamita de mi infancia. Y sabemos que cuando un comensal tiene un momento regresivo en una degustación, se rinde a los pies del cocinero. Un efecto «proustiano» que no falta.
Es cierto, que he reducido un poco mis visitas a restaurantes y , viendo las dificultades y los condicionantes del momento, no es cuestión de empezar a criticar detalles. Cada visita a un restaurante representa, ahora más que nunca, un pequeño momento de felicidad arrancado al pesimismo , y mi mirada crítica ha cambiado un poco.
Solo le comentamos a Arnau que hubiéramos aceptado más platos fríos (el bochorno de Barcelona estos días es insoportable): tal vez no era necesario pasar la sandía por la plancha (una concepto bulliniano de los años 90) , o al menos buscar mantener su calor. Ya lo vemos: observaciones nimias. La cena estuvo magnífica, a pesar de todos los impedimentos de espacio y de maquinaria que tiene la cocina. La misma impresión que uno tiene cuando visita Bagá o Petit Pau (otros ejemplos de “minifundismo”): ¿de dónde saldrán todos estos platos? Pues seguramente de una mise-en-place impecable.
El gran menú
Zarusoba de navajas gallega y capuchinas
Una versión «biválvica» de los conocidos tallarines de sepia.
Bebí la salsa…A veces , es posible…
El frescor de la capuchina para empezar.bien
Vieira curada con miso, frutas de “huesos”:
ciruelas, melocotón,albaricoque, paraguayo, sal de gusano, castaña de agua china y huacatay.
Que esto plato me haya encantado releva de un milagro…(Lo digo por la «macedonia» de frutas). Pero el paladar no engaña y puede hacer tambalear ciertas ideas preconcebidas. En otros momentos hubiera dicho que tantas frutas no son necesarias para acompañar una vieira. Que, a la sumo, una sola era suficiente. Pero si Arnau quiere «complicar» un poco el plato, que lo haga tranquilamente.
Esqueixada de atún, cereza de Corbera, wasabi, piñón y dashi de cebolla
Es curioso como los cocineros quieren hacer local lo que no es (“esqueixada”) y “oriental” lo que es un consomé de cebolla…
Atún perfectamente condimentado. Rico-rico.
Sandía a la brasa con sardina
La grasa del pescado y el agua de la fruta. Todo un bocado de verano! Muy bueno a pesar de la temperatura de la sandía (que, como el melón solemos relacionar con el frescor).
Nabo kakuni con cangrejo real y mostaza coreana
Lo explico en la introducción: un gran bocado tan delicioso como fugaz.
Como un mar y montaña absolutamente delicioso.
“Coca de recapte” a la brasa con gamba roja
Pequeño guiño a la catalanidad. Bonita idea esta coca, que servía antaño para recoger (“recapte”) las sobras de la despensa, y que ahora sirve aquí de base a uno de los productos más nobles.
¿Qué tal un aceite de refrito de ajo y guindilla para darle un poco más de potencia al bocado?
Gyoza de ostra con cap-i-pota
Otro guiño de cocina local con este mar y montaña encerrado en una pasta china que me recuerda un “xialongbao” más que una gyoza, tanto por su forma que por su carácter caldoso.
Bacalao amazónico
Codorniz coreana
Bien lacada, jugosa, riquísima. Excelente!
«Bombón” de manzana
Acompañamiento refrescante y aromático. Excelente!
“Presatrami” ibérica
Un pastrami o un roastbeef. Buena carne de verano.
No le quedaba mucha fruta de temporada al Arnau para hacer su postre, después de usar albaricoque, melocotón, paraguayo, albaricoque, cereza, sandía, manzana en los platos salados… Y encontró el melón.
Kakigori de melón con manzanilla de Sanlucar, cilantro, chile y crema de limón
¡El postre refrescante perfecto! Lo hace con su máquina de pilar hielo japonesa, delante del cliente y con el mismo juego que le daría servir un pato a la presa.
Pastel de queso ahumado con té verde
Otro gran postre: ¡Sin duda, el “postre-signature” de la casa!
No sé por qué no hacía estos postres en La Barra de Carles Abellán…
Arnau vuelve vuelve a abrir el 1 de septiembre. Pero “amenaza” en cambiar algunos platos. La vieira, el atún, el cangrejo, la codorniz, el kakigori…espero que no se toquen…
De la misma manera que Michelín se atrevió hace dos años dando una estrella a Bagá (atrevimiento por su espacio, no tanto por su cocina!), este año, que desearía lleno de bonitas recompensas para justificar esta próxima edición 2021 un poco extraña, le debería tocar a Direkte. Una estrella en la Boquería: eso sería un pequeño acontecimiento! Michelín nos tiene acostumbrado a estos pequeños golpes en Oriente,¿y aquí no? Reconozco que el «confort! es mínimo, exactamente como en los chiringuitos orientales que la guía suele premiar. Ni más ni menos.
Pero Arnau no necesita este empujón para llenar…
Un champagne (no hice foto) y este tinto gallego muy agradable. (Cuánto echo de menos Galicia en estos días…!).
Días inciertos en Barcelona. Aun no se sabe si las autoridades se atreverán sacrificar el ocio de la noche y los peligrosos y chabacanos botellones (al final creo que sí), para que se salve el resto de las actividades del divertimento veraniego, pautado, organizado y respetuoso con la seguridad, que son los festivales culturales, los restaurantes (mejor con terrazas) y las playas (a condición que estén un poco mejor vigiladas de lo que son ahora).
La «nueva normalidad» no era la normalidad y muchos aun no lo entienden. Cada copa que se toma en una terraza, cada plato que se come en un restaurante, cada pieza de música que se escucha en un concierto al aire libre son momentos arrancados prudentemente a la ingente anormalidad que supone aun este momento que vivimos.
Si no sabemos sacrificar algo de nuestro día a día fiestero y veraniego, las autoridades lo deberán hacer por nosotros, o en un par de semanas lo podríamos perder todo otra vez.
La gastronomía, la hostelería son necesarias para la sociedad y se puede disfrutar sin que representen grandes riesgos sanitarios, si las cosas se hacen bien. Pero el barullo de las discotecas, a altas horas de la madrugada, no es compatible con el ocio responsable. Y se sabía desde el principio. Pero, al querer satisfacer indiscriminadamente todos los lobbies, se liberalizó todo para satisfacer el turismo internacional. Al final, nos quedamos sin nada: sin desescalada felizmente concluida, sin discotecas, sin turismo y sin salud.
¿Y qué sentido tiene ahora desplegar grandes fiestas privadas, de amigos o familiares, cuando se nos pide un repliegue táctico hacia reuniones más íntimas y tranquilas. ¿Seremos capaces de entender que el bien común exige siempre un pequeño sacrificio personal? Si no lo conseguimos…
Y, sin embargo, tenemos ganas de ocupar, con toda la responsabilidad de la que somos capaces, todos los resquicios que se nos deja aun para poder disfrutar de este verano, que iba a ser la antesala tranquila de un otoño preocupante. Son estos contados momentos que revindicamos como necesarios para nuestro equilibrio emocional e imprescindibles para que el motor de la restauración siga funcionando, aunque sea al ralentí.
Ayer, después de muchos meses volví a mi restaurante favorito, del que dije un día que podría comer allí casi cada día. Pasaba por la Ronda Sant Antoni, mandé un mensaje a Jordi Vilà para saludarle y me bajó una botella de su fabuloso gazpacho de sabor genuino, casi primitivo. Pero al final, subí al primer piso de la antigua casa de la familia Moritz y me senté a cenar solo, en pantalones cortos y sin vérmelo venir, en el salón de las cenas privadas. Tienen dos o tres mesas para los que buscamos más tranquilidad. Mi mesa estaba casi en el balcón por el que entraba una ligera brisa veraniega. En estas condiciones, no me podía negar. ¿Cuántas veces había pensado, estos últimos 5 meses, en este momento?
Poco a poco. Y la próxima vez tal me gustaría que fuera probar el menú de Alkimia. Pero ayer tocaba Al Kostat.
El gazpacho
Que al final, me he tomado hoy en casa.
El resto, lo decidió Jordi con mi total asentimiento.
El suquet en crudo con tomates
Cebolla “cop de puny” (esclafada y lavada) para sacarle su fuerza, vinagre y el jugo de las cabezas de la gamba. Poca cosa más. El cocinero sensible se debería preguntar siempre qué hacer cuando dispone de un tomate y de una gamba así. Sin duda ponerse a su servicio. El buen cocinero es tan grande cuando “calla” ante el producto, como cuando se sumerge en la complejidad de las técnicas culinarias.
Era un plato más simple aun que una esqueixada y no tan «agresivo» como un ceviche.
Un plato en el que es “suquillo” («suquet») es la resultante líquida de los dos productos principales, y que pide cuchara a gritos y ¡miga de pan!, que me apeteció empapar, casi “emborrachar” en ese delicioso jugo. La cocina de Al Kostat es una cocina sin instrucciones, con la que puedes tener todas las actitudes interactivas que quieras. Y si estás solo en una sala, ¡imagínate!
Judías verdes con patatas
Posiblemente el mejor plato de judías con patatas del mundo. Es decir el plato que uno recuerda en casa de la abuela, en verano. (Momento regresión al pasado).
Arroz de conejo a la brasa
Un “bomba de L’Estany de Pals” , de grano pequeño, entero pero sin demasiado “dente”, sabrosísimo, muy «caramelizado», como es el estilo de la casa. Me encantaron las crestas de gallo y sobre todo los riñoncitos del conejo, que emulaban la forma del “garrofó” de la paella valenciana.
Fuera de lo pactado, me llegó este plato de
“Ceps” con butifarra de perol de Els Casals, y piñones
También se come así en el restaurante de Oriol Rovira.
Ver mi comentario del plato de Suquet sobre el «respeto al producto». Aunque , aquí hay que dejar que el calor de la brasa se filtre progresivamente en el interior del boletus. Y esto, como nos lo demostró Bittor Arginzoniz, ya es alta cocina…
Postre
El paraguayo con “menjar blanc”, almendras crudas y garrapiñadas, zumo de melocotón rojo y granizado de shiso
Por poco lo llamaría «Paraguayo Melba»…
Ligero matiz de la hoja anisada, que aquí no llega a ser invasiva como en otras ocasiones.
El vino de Borgoña (muy muy…) natural que me propuso Bernat Vilarrubia , el políglota summiler. Lleva menos de un año en la casa, y sustituye a Marta Rombuts, quien se fue a Badalona con su compañero Germán Franco (ex jefe de cocina de Al Kostat) para abrir Al Marge.
Esta cena en Al Kostat me hacía falta para comprobar que algo queda al menos de aquella ya antigua “normalidad» : la honestidad de esta cocina.
Jordi Vilà con su segundo de cocina Xavi Gómez (a la izquierda) y su chef Alex López (en medio)
AL KOSTAT
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