5ª entrega del viaje París/Normandía

Buena comida en Le Bistrot de Cancale de Hugo Roellinger , hijo del histórico Olivier Roellinger (antiguo tres estrellas), el cocinero que se hizo conocer por su cocina de las especias, ya que la vecina Saint-Malo fue la puerta de entrada de los productos de las Indias, desde el siglo XVII. Aun recuerdo sus ostras con una lámina de terrina de foie-gras, por los años 90, y su San Pedro Vuelta de las Indias. Por mucho que se critique la “fotomanía” actual, es una pena que no se hicieran más fotos entonces para dejar testimonio de nuestras vivencias gastronómicas. Solo nos queda la memoria, vagos recuerdos selectivos y seguramente sesgados de lo que se vivió entonces.
Su hijo cogió el relevo, y consiguió dos estrellas con su restaurante Le Coquillage. Pero preferí visitar su casa de comida con buen producto (no siempre…) y su carta marinera de muy buen nivel (casi siempre).

Justamente algún que otro plato no estuvo a la altura, como los buñuelos de sepia, de rebozado grueso y textura gomosa (nivel congelados La Sirena , 17€).

Tampoco me gustaron tantos topings (por suerte, servidos aparte: no hay foto) para las ostras, las famosas de Cancale : semillas de trigo sarraceno, dulzón y empalagoso gel de limón y jengibre, especias etc. No sé porqué el cocinero se empeña en ser protagonista cuando el producto solo pide que se le aúpe con toques sutiles. En todo caso, no los que se proponían…

En cambio, resultó deliciosa la bisque de nécora con sus “croûtons” y chantilly de azafrán. Con los mejillones y el pan, lo mejor de la comida.

Sorprendentemente exquisitos los mejillones a la “tonkinesa” con citronela, cilantro, coco. cuyo caldo de cocción resultante constituía la mejor de las sopas para sorber. En este caso el mejillón, en su punto justo de cocción, agradecía todos estos sabores frescos. El coco, a veces cargante, hacía función aquí de la nata en los mejillones a la manera belga, y los cítricos sustituían al vino blanco. Buen resultado. Y me pregunto cuántos clientes se habrán molestado en sorber el caldo resultante. El camarero se lo debería sugerir.
Tonkin: Otra vez esa referencia a la época colonial y a las especias que llegaban, en este caso, de Indochina. Es como si Roellinger quisiera justificar su cocina viajera, y no imputarla a una moda reciente, sino a la tradición comercial de Saint- Malo.

Rico el bogavante con albahaca y setitas . Pero, los franceses, aunque sean bretones como es el caso y supuestos conocedores de su producto, tienen la manía de sobre cocer su marisco.

Correcto, sin más el pichón , y caro por el resultado. Aquí tampoco su cocción estaba lograda (piel nada crujiente). Sospecho que no se buscaba la cocción “rosé”. Este producto, y las aves en general, sí que se suelen hacer bien: ejemplo el memorable pichón de Pascal Barbot.

En cambio, muy bueno el simple tomate al horno de la guarnición.
En otro momento, hubiera cuestionado la necesidad de la presencia de las flores depositadas encima de lo que era al final un rústico tomate à la provençale , pero sería exigir mucho…Estaba rico , y punto.

Postre: soufflé de grosella negra (cassis). Muy grande: degustación cansina.

La gran moda en estos momentos. “LE” profiterole . (Lo que se llamaba hace décadas: “chou à la crème”). Pieza única y rellena de cualquier cosa que tenga caramelo salado.

Muy buen pan, mantequilla “demi-sel” artesana y una buena sidra. Esto arregla mucho las cosas…

Me gustó este tipo de cubitera: para el vino y para el agua. El hielo en medio, y las botellas bien sumergidas en el agua. Recordaré al personal de sala que en verano, al menos, los vinos se tienen que servir debidamente refrescados, incluso los tintos: el concepto “temperatura ambiente” no sirve ni en invierno con comedores a 25º, ni en terraza a 30º. Pero también las aguas, tienen que estar en cubiteras, todo el año, siempre que el cliente las haya pedido frías..
La perfección no existe : salí moderadamente satisfecho. Las vistas a la bahía de Cancale, con el Mont Saint Michel imaginado muy a lo lejos, también debían ayudar a que disfrutase del momento. En este caso, no hicieron falta ningún Ipod reproduciendo ruidos marinos como en el caso del plato de moluscos de Blumenthal : uno de los artilugios más absurdos que ha manejado la “vanguardia” (a pesar de las teorías gastrofísicas de Charles Spencer).

Precios en consonancia, ya que estamos casi a pie de playa y la terraza, como la de una casa colonial, es encantadora.

A unos 40km de Cancale…


Vistas desde el cementerio de guerra alemán de La Cambe