De vuelta hacia París, me paré una noche en Bruselas. Me habían recomendado el restaurante Bon-Bon, un dos estrellas de la ciudad, pero estaba cerrado. Viendo el panorama de los uni estrellados, me decidí por un BibGourmand que a veces nos puede proporcionar más alegría que ciertos restaurante de fine dining mal entendida.
Les Petits Oignons.
A 500m de la magnífica Gran Place y al lado del imponente Palacio de Justicia.
Lo lleva un veterano cocinero , Khaled Zoughlami, que define su restaurante como “brasserie de estilo barcelonés o neoyorkino” , cosa que me ha llamado la atención. Cuando aquí nos cuesta tanto poner un nombre sobre nuestros formatos gastronómicos, resulta que Barcelona se percibe cada vez más como un referente en el exterior.
Sábado por la noche. Lleno hasta la bandera. Entré en el segundo turno y cuando estaba en los postres , cerca de las 23h, algunos clientes se instalaban en lo que imaginé como un tercer turno! Cenar a las 23h! En Bruselas! Solo viernes y sábado, pero los otros días de la semana, aceptan gente hasta las 22h30.
Como buen Big Gourmand , se pretende que se da de comer por menos de 35€ (es la regla oficial) pero luego Michelín precisa que se come allí entre 37 y 60€ : primera infracción reconocida . Luego, si quieres cenar bien, es recomendable tomar 3 platos, ya que se niegan a hacer medias raciones. Más el postre, más una copa de vino, se llega a casi 80€. Cosa que no importa, cuando se cena bien (que fue el caso), pero que desmiente que se coma siempre por menos de 35€ en un Big Gourmand. Ya solo el menú vale 36,50€ . Y a la carta tomando los 3 platos más baratos (entrante+plato+postre) se superan los 38€ (sin vino, agua, ni café).
Pero NO es el problema. Era solo una pequeña observación extra gastronómica.
Sin aperitivos ni más dilaciones, llega el primer plato. Al grano.
Los espárragos a la Flamenca
estaban recién hervidos, y rico estaba el picadillo de huevos duros, perejil y mantequilla derretida que los acompañaba. Y me gustaba esa idea redundante de comer algo “à la flamande” en Flandes.
Poco vistosa parecía
la bisque de gambitas grises
aquel marisco típico de las costas del Norte, pero estaba riquísima! Aquí lo que me atraía era ese producto diminuto y iodado , al lado del cual una quisquilla es un enorme crustáceo.
Realmente toda la carta era apetitosa : hígado de ternera lechal , riñones, cordero lechal con verduras de primavera etc… pero me decidí por
El Vol-Au-Vent de pularda de corral, salsa holandesa, champiñones
y patatas fritas
(el acompañamiento nacional belga).
Un plato de la cocina burguesa francesa, ligeramente deconstruido y con su aportación belga algo descabellada como son esas patatas. Un francés hubiera puesto un arroz pilaf.
Tal vez hubiera ido bien encontrar algo de acidez de vino blanco en la salsa suprema y no era totalmente conveniente que la base del hojaldre se encharcaba un poco en medio de esa salsa y la holandesa. Todo esto es cierto. Habría que repensar el emplatado. Pero me pareció inmejorable la cocción del ave y delicioso el conjunto. Además de abundante. Y encontré un acierto desmigar el muslo y el contramuslo para facilitar la degustación. Por supuesto pedí cuchara!
Observo también que , cuando has disfrutado con los primeros platos, estás más predispuesto a perdonar los pequeños fallos que puedan aparecer en los platos siguientes.
Como por ejemplo, el exceso de dulce y de evaporación del alcohol de las, sin embargo, golosas y copiosas
crêpes Suzette
Tuve la tentación, para seguir “marcando territorio”, de pedir el gofre (“gaufre”) de Bruselas con fruta de temporada y chantilly para exorcizar la terrible imagen vulgarizada de este postre que tenía viendo los guiris de la Rambla zampándose ese pedazo de fritanga encharcado de siropes industriales. Pero todo no puede ser.
Mi viaje tocaba a su fin, y me apetecía una cena sencilla y gustativamente “confortable” y sobre todo, de cocina tradicional, sin alardes creativos.
Y tuve en ese momento un pensamiento sobre el mérito de esta cocina (y sobre sus cocineros) que estaban en servicio desde las 19h de la tarde y debían haber servido al menos 120 cenas y tal vez su trigésimo plato de pularda, de cocción en su punto, pochada lentamente en su sabroso caldo del cual se extraía esa salsa suprema untuosa (ligeramente cremada) a la cual le faltaba solo , para llegar a la perfección, esa punta de acidez, es decir esa gota de vino blanco incorporada en el último momento del último hervor.
Después de esta frase casi “proustiana” (por extensa, no por calidad literaria…), solo una precisión sobre el nombre del restaurante “Les Petits Oignons” que significa literalmente “las cebollitas” pero que tiene un doble sentido que sugiere que algo está preparado con sumo esmero y atención. Un nombre bastante merecido…
Les Petits Oignons
Bruselas