110 aniversario de la casa
El jueves de la semana pasada el restaurante Can Solé de la Barceloneta celebraba su 110 aniversario. Se dice pronto.
La casa conserva su estilo de principios del siglo pasado, cuando aun era una tienda de aceites y jabones para transformarse en 1903 en una taberna de pescadores. El estilo de cocina no ha cambiado mucho desde entonces y la clientela que visita esta casa no es muy dispuesta a los cambios. Sin embargo, algunos pequeños retoques no traicionarían en absoluto esta cocina popular que se tiene que mantener, aunque sea por respeto a la historia del barrio.
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Bastante buenas las croquetas de jamón y foie de oca (el foie debe ser una aportación relativamente “reciente”, tal vez cuando Josep María García cogió las riendas de la casa en 1995), buñuelos de bacalao sabrosos pero un poco densos, salteado de mejillones de roca y cigalitas para mojar pan en el caldo y , sobretodo, unas sepias al horno deliciosas con un sofrito de tomate de 6 horas. Buena butifarra de La Riera con pimientos del Padrón. Arroz con erizos y vieira, entre caldoso y meloso . La vieira un poco perdida. Me quedo, de todas formas, con los arroces secos, menos pastosos.
De postre un helado casero de crocanti posiblemente mejorable, simplemente con picar un poco más fino el guirlache. Redundante la gruesa “peineta” de caramelo y frutos secos.
CAN SOLÉ
c/ Sant Carles nº 4
93 221 50 12
Cerrado domingos noche y lunes.
Conozco muy bien Can Solé.
Durante años, cuando ya era una institución y seguía al frente Ramón Oms, hijo de la señora que empezó a servir comidas a los trabajadores del barrio mientras vendía vino a granel y otros productos básicos, y su esposa Brigitte, suiza y a la que conoció durante un «stage» en un gran hotel de Zürich, como parte de su aprendizaje, tuve el privilegio de comer en ese lugar casi a diario.
Entre aquel Can Solé y el de ahora sólo hay una cosa en común: el edificio, que sigue siendo propiedad de la pareja mencionada.
Ramon y Brigitte -él a los fogones, cara al público, y ella en la sala, con un dominio del oficio, una elegancia y una discreción apabullantes- practicaban el oficio con humildad, sin ni una gota de prepotencia. El ritual de la cocina era espectacular de sentido común y de precisión. La carta, escrita cada día a mano, presentaba a veces diferencias de precio de una o dos pesetas, fruto de las fluctuaciones de mercado de cualquiera de los ingredientes de un plato.
Delicioso y entrañable a fuerza de sencillez el arroz, magnífico el lenguado, que Brigitte limpiaba en la mesa del cliente si éste lo solicitaba, y emocionantes de coherencia los otros platos de una carta breve, sencilla y modélica.
Brigitte y Ramón se retiraron para disfrutar de la madurez sin la exigente disciplina de la hostelería pero los nuevos inquilinos no supieron hacer honor al prestigioso nombre que asumían.
A ti, Philippe, te hubiese entusiasmado aquel Can Solé cuyo blanco de la casa era un valdepeñas servido en porrón, presentado a su vez en cubitera. Los trozos de hielo los hacía un aprendiz, rompiendo a golpe de punzón la barra de hielo en el fregadero del antiguo mostrador.
Lo dicho, una institución.
El auténtico post, lo has escrito tú, Pierre!
Jajajajajajajaja… Hala…
Abrazo, Philippe!
La descripción de Pierre Roca, me lleva a recuerdos entrañables de esta casa de comidas. Recuerdo la anécdota del blanco con porrón y cubitera, que siempre me daba ocasión a lucir mis «habilidades» con el porrón, cuando me sentía observado por mesas vecinas ocupadas con clientes extranjeros. Y un día la mesa de al lado, estaba ocupada por un grupo de chicas japonesas que presentí no se atrevían con el porrón al pensar que era algo reservado a hombres.
Entonces pedí a mi pareja que hiciese un breve trago con el porrón y cuando accedió, se oyó un griterio de aprobación de dicha mesa y ya se lanzaron todas a probar las hbilidades con el porrón.
Estuve otra vez por nostalgia hace unos tres años y ya decidí borrarlo de mi agenda.
Gracias por estos recuerdos… La sepia al horno con tomate sigue siendo un plato delicioso.