



Llevaba unos seis años sin visitar el MOTEL y comprobé que todo sigue igual. Es a lo que vamos. Es el restaurante es la antinovedad, la antimoda, la resistencia noble y erguida al paso del tiempo. Como una demostración palpable de la filosofía de Parménides.
Solo el transcurso de las estaciones marca los pequeños cambios de la carta. Voy siempre en verano y me encuentro las flores de calabacín y las setas estivales, y siempre la eterna “tête de veau”. En otoño, llegan los platos de caza (que llevo años sin probar allí) y las setas otoñales. Imagino que en primavera se dará la celebrísima ensalada de habitas a la meta que abrió el paso a la Nueva Cocina Catalana.
Y así fluye el día a día de esta casa. Con sus camareros vestidos de blanco, la terraza abierta al jardín, el carro de queso que se rechaza a menudo, pero que se sigue proponiendo a las mesas, el carro de postres de tartas caseras que el comensal acoge con grandes sonrisas y , flotando en medio de todo esto, la figura socarrona de Josep Pla que controla desde el cielo (o el purgatorio) que todo esto sigue igual.
Jaume Subirós, el yerno de Josep Mercader, asume con modestia su papel de simple legatario de la cocina de su suegro. Como un sacerdote que cuida la llama del recuerdo, manteniendo las famosas espinas de anchoas fritas o el sorbete de tomillo. Solo por este aperitivo, “amuse-bouche” o “snack” bulliniano “avant la lettre” (e inspirador de la trash-cooking que llegaría después a Cala Monjoi), valdría la pena pisar el Motel. Lo digo para las nuevas generaciones que conocen el último restaurante de moda pero no ven el interés instagrámatico de subir hasta Figueres.
Y sin embargo y para muchos, allí empezó todo. Antes incluso de la llegada de Neichel al Bulli, o de que Arzak descubriera la Nouvelle Cuisine de Bocuse y que hiciera su réplica vasca.
Todo esto se contó hace unos 10 años en el libro. “Las Històries del Motel” de Miquel Berga como lo recuerdo en mis posts anteriores.

Jaume Subirós viene a tomar nota. Siempre está allí. Te deja escoger, pero te sugiere algún plato. Hasta decidió servirme un spritz de Suze, aperitivo de los años 70. Con cava. No sé si llevaba el chorrito de sirope de melocotón blanco que se menciona en algunas recetas. Era la versión catalano-francesa del spritz con prosecco y Aperol de los italianos. ¡Me supo a gloria!
Por un momento, era un turista francés de los años 70, haciendo escala en la N2, camino de la Costa Brava. Ahora estos turistas llegan por autopista con muchas más prisas. Pero la terraza y los salones, bien ventilados, acabaron bastante animados ese miércoles de la semana pasada.
Snacks de bienvenida:
Las espinas de anchoas de L’Escala fritas

Una mousse de piquillo y unas galletas de aceitunas negras
(¿algo más ochentero que esto?). ¿Por qué no hacer el “stick” (el pico) directamente de aceituna negra con la masa de la galleta?

Flor de calabacín rellenas de “rossinyols”
Bocados llenos de sabores. Cada vez que como esa flor rellena, pienso en Maximin y en la Provenza. La hoja de maríaluisa era decorativa.


“Paellita” de verduras de temporada y “ceps” al tomillo
Cada verdura y seta en su justo punto de cocción. Se hubieran podido servir ya emplatadas, pero ¿y el encanto del servicio de mesa del camarero? En este caso, nos alejamos del emplatado directo desde cocina estipulado por el movimiento de la Nouvelle Cuisine (idea de Pierre Troisgros). ¡Y está muy bien!

“Rossinyols” con butifarra de perol
Estuve tentado de pedir la ensalada de judías verdes con melocotón y almendras. Un claro homenaje a Passard, pero mi reparo hacia la fruta en las ensaladas me hizo renunciar.


“Tête de veau” con ravigote y patata asada chafada
Cuando digo que nada cambia, exagero un poco. Las otras veces, la comía con patatas al vapor, con quien combina perfectamente. Pero reconozco que está patata chafada estaba muy sabrosa. La ravigote con su matiz de estragón, impecable. Y la textura del morro de ternera irreprochable. En Barcelona no sabría dónde comer este plato.
El carro de pasteles caseros:

Babá y milhojas
Creo que le faltaba un poco de alcohol al babá, (que tenía más una textura de bizcocho). Demasiado montada la chantilly.
Y al milhojas, le faltaba la caramelización que le potenciaría el crujiente. También algo de alcohol o de vainilla natural en la crema pastelera no le hubiera quedado mal.
La tatin y la tarta de queso “ a la antigua manera” (imagino con filadelfia), tenían buena pinta.

Pequeña “crème brûlée”
Con textura de flan. Creo que llevaba también clara de huevo. El quemado del azúcar era justa lo suficiente.
terminé con una infusión de maríaluisa fresca.

Claculo que me tenía que haber costado al menos 20€ más…
EL MOTEL DE L’EMPORDÀ
Figueres