


Conocí hace 4 años a Jordi Asensio en el Loidi , el bistró chic del Hotel Condes de Barcelona, cuando oficiaba bajo las órdenes de Martín Berasategui.
Fui entonces a probar la cocina de este joven chef que había trabajado en Mugaritz, Lasarte y unos años en el restaurante Pierre Gagnaire de París. Luego le perdí la pista hasta que los chicos de L’Artesana de Poble Nou, este verano, me informaron que, a 100m de su casa, Jordi acababa de abrir (después del confinamiento) su flamante CAN CULLERES (que no hay que confundir con el histórico, pero algo decadente, Can Culleretes del Barri Gòtic).


Aquí se trata de un local muy actual, con su cocina vista, sus paredes de ladrillos, su toque de antiguo taller de este barrio industrial y una agradable terraza. Pero sobre todo estamos antes otro proyecto de vida con gastronomía sencilla que acerca la excelencia al pujante barrio de Poble Nou, del cual Jordi es originario. Unas clientelas de clases medias y populares que solo piden alternativas atractivas para quedarse por sus lares.
Y me alegra mucho haber recuperado la pista de Jordi y de verle en plena forma. Me sirve para ilustrar (un ejemplo más) lo que explico estos días en una pequeña entrevista que me hizo el periodista valenciano Jesús Terrés (@nadaimporta en tuiter). Depende de nosotros de que el futuro (en general, pero en el sector de la restauración en particular) no pertenezca solo a los grandes depredadores de la alimentación/gastronomía, si no también a los “pequeños” empresarios, payeses, cocineros que luchan por copar una parte del mercado. Esto se consigue con pequeños equipos (aquí dos en cocina y ¡no siempre!), locales agradables pero humildes y seguros, cocinas amables y reconfortantes y muchas horas de duro trabajo en las espaldas.
Pero no se trata de visitar a estos “pequeños” por simple solidaridad condescendiente en tiempos adversos, sino porque ahí se come rico y a precios soportables.
No sé lo que me pasa, pero, cuando antes reclamaba estrellas michelín para muchos, ahora son posibles BibGourmand los que veo florecer por doquier.
Se avecina un periodo de formatos de restaurantes asequibles, de cocinas de calidad amables, en los que la proximidad no solo será la de los productos sino en la expresión de una cierta sencillez. Sin que signifique ni aburrimiento ni previsibilidad.
Total, que me encantó ese pequeño menú improvisado que me hizo Jordi. Elegí 4 medias raciones y me añadió un aperitivo y medio platito (las albóndigas). Una cuenta que rondó los 30€, es decir dentro de los parámetros de “cocina de calidad a precio contenido” de la guía roja.

Patatas bravas
Hojaldradas según la fórmula de Marc Gascons. Hiper crujientes, casi “sufladas”, con una salsa brava semejante a la textura de un romesco picante, y alioli aparte, (para los paladares aprensivos) . Excelente.

Croqueta de jamón ibérico
Muy buena, aunque no mejore la que comí en el Loidi hace 4 años.

Mejillones de bouchot con cítricos
Buen producto. Buena cocción a la brasa. El tallo de citronela es más aquí decorativo que otra cosa y no llega a impregnar su aroma a los bivalvos. Habría que cortarlo en finas rodajas y hacer con él un velouté con caldo de mejillones y los cítricos para poder luego “salsearlos”. Reconozco que sería una complicación. Así, casi al natural, estaban perfectos.

Canelón con una bechamel trufada y virutas de jamón
Noté más el sabor a boletus que a trufa (que no es temporada) en la salsa. Muy agradecido ese detalle de las virutas crudas. Un contraste entre la farsa y el frescor de carne curada del pernil. Hasta me gustó en la estética del plato, que se presenta como si llevara flores.

Albóndigas de rape y gambas con almejas
Era un plato de día. Melosas y sabrosas con esa salsa ochentesca catalanizada con una picada. Almeja justo abierta.


Arroz bomba de Pego con pichón y níscalos
Arroz meloso (o a la cazuela), con un punto perfecto de cocción y un sabor delicioso. El pichón estaba ligeramente madurado, y concentraba su sabor al mismo tiempo que ganaba en textura. ¡Hasta los robellones (níscalos de botón) sabían! ¡Un verdadero reto! Un plato para disfrutar a la cuchara, como el canelón o las albóndigas. Es mi cubierto preferido, el de los platos más golosos y el que da nombre al restaurante. Precioso, por cierto: ¡“Can Culleres”!

Crema catalana con helado de galleta y crumble
Creo que le faltaba cremosidad (era casi una pastelera) y le sobraba el disco y el pañuelo un poco gruesos de azúcar. Aquí una simple y llana crema catalana o una crème brûlée cumplirían.

Torrija con helado de vainilla y crema de Baileys
Me gustó la brioche de Pa Solà. Bien empapada y poco caramelizada, para poder disfrutar de su sabrosa miga.


¡Un festival por 30€! (es cierto que hubo invitación al aperitivo, a la media de albóndigas y al café.) Pongamos que hubiera costado unos 10€ más.
Servicio entregado y simpático. ¡Estas chicas daban la impresión de disfrutar trabajando!

CAN CULLERES
ABIERTO TODO EL DÍA (imagino sin platos de carta en las horas fuera de los servicios).
Cierra los domingos y lunes.
Muy flojete y postres páteticos, para variar…