BLANC en el Hotel Mandarín Oriental
El restaurante BLANC del Mandarín Oriental de Barcelona, para que nos entendamos, el restaurante propio del hotel, ha pasado a ser dirigido directamente por el equipo de Carme Ruscalleda, quien hasta la fecha (mayo de este 2017) solo se ocupaba, con su hijo Raül Balam y Jérôme Quilbeuf, del dos estrellas del primer piso.
Este espacio empezó bajo la dirección de Jean-Luc Figueras, quien tuvo que abandonar la plaza después de una pequeña metedura de pata (según cuenta la leyenda) en forma de un mail poco afortunado enviado a un cliente, por equivocación. Jean Luc era toda “rauxa” y no llegó a cuajar allí…
Segunda etapa. Recuerdo aun cuando Ángel León me anunció (como confidencia aun sin poderse publicar) que se iba a encargar de la cocina del Blanc y la ilusión que le hacía “ cocinar el Mediterráneo”. Creo que la experiencia ha sido buena. Por mi parte hice allí unas tres comidas o cenas de un excelente nivel. Un estilo de cocina que aportaba a la ciudad una propuesta sin duda diferente. Ángel e Ismael Alonso, su jefe de cocina, hicieron lo que pudieron para ir adaptando esta propuesta a los deseos de la clientela, pero ¿quién entiende una propuesta tan arriesgada en el restaurante de un “palace” como el Mandarín? Como suele pasar en estos casos de cocinas de hoteles, la clientela de la ciudad, no acabo de hacerse suya ese BistrEAU.
Y ahora llega la tercera fórmula, la que en el fondo parecía la más lógica. Delegar hacia Carme Ruscalleda toda la oferta gastronómica del hotel (menos la terraza que se mantiene, en los meses de verano, bajo el control de Gastón Acurio).
La (loable) intención es proponer una carta de nivel pero a precios algo más razonables que los de Moments y en principio con una línea de cocina más tradicional o “popular”, aunque “popular” y “ Mandarín” puede sonar a oxímoron…
Tomamos el menú de verano a 59€.
Se consigue, sin duda, en algunos platos cumplir este propósito con las excelentes croquetas (sobre todo la de remolacha y gorgonzola , una combinación gustativa habitual en Italia) (invitación de la casa)
o con el estupendo salmorejo , casi un gazpacho untuoso. Sin la textura que suele aportar a menudo el exceso de pan. Muy logrado.
Después, observo algunas reticencias a la hora de plasmar esta cocina “tabernera” como si el lugar condicionara demasiado la intención de “relajarse”. Emplatados fine dining, raciones justitas,
o detalles de cocción “crudités” de las judías verdes (debajo del marisco) de la ensalada de bogavante, son algunos ejemplos. Buen jugo acevichado de perejil, cítricos y espárrago verde.
A parte, encontramos algunos desajustes de condimentación (falta de sal y de crujiente en las bravas, que pedimos fuera del menú para picar). Aquí buscar el crujiente se agradecería ya que las patatas van con su piel.que, al no tostarse, molesta un poco la ingesta.
O en el rodaballo, patata panadera y tomate.(buena cocción) , en el que encontré a faltar su gelatinosa piel y otra vez un puntito más de sal. Aceitunas sin deshuesar en el pescado : ahí si justamente unos puntitos de olivada bien repartidos en el plato no hubieran sido un refinamiento baladí….
Presa ibérica rica pero demasiado cocinada. Guarnición dulzona de la flor de calabacín rellena de chutney de dátiles.
Nos quedamos con un poco de hambre y pedimos una ración de cordero para compartir. Deshuesado, prensado, baja temperatura y regenerado. Creo que en un sitio así, una buena espaldita de cordero o cabrito se podría cocinar y servir entera. Con este cubo de carne “effiloché”, eché de menos otra vez ese toque más rústico de cocina de taberna, de lujo sin duda, pero más relajada, para que se pudiera diferenciar claramente la fine dining del restaurante “gastronómico” y cierta informalidad del “bistró”. Rica guarnición de patata chafada con toques de menta.
Me parece una buena idea recuperar el carro. ¿Tendencia? (oigo futuros proyectos gastros en Barcelona que me comentan esta misma intención).
Carro tentador pero solo entraba un postre en el menú. Hay que elegir …. Muy correcto el tiramisú.
Excelente servicio. Atento y preocupado en cada momento por el disfrute del comensal.
La cuenta ascendió a 100 € por persona (no hice foto): 2 menús, patatas bravas, dos copas de Ruinart y agua. Precio correcto por estar donde se estaba.
Maravilloso como siempre, muy acertado el detalle de poner una croqueta más (en la primera foto)